Vista panorámica
Medina del Campo. Villa histórica, monumental, escultórica y paisajística
Villa de las Ferias


Nos encontramos en: "Personajes Históricos"  
BEATRIZ DE BOBADILLA Y ULLOA

Beatriz de Bobadilla y Ulloa
Beatriz de Bobadilla y Ulloa

MENÚ DE CONTENIDO


BEATRIZ DE BOBADILLA Y ULLOA.

Beatriz de Bobadilla, la mejor amiga de Isabel la Católica.

Beatriz de Bobadilla nace en Medina del Campo en 1440. Fue hija de Pedro de Bobadilla y de María Maldonado, de la pequeña nobleza castellana. Su padre era alcaide del castillo de Arévalo, donde residía la reina viuda de Juan II, Isabel de Portugal, con sus hijos Isabel y Alfonso.

La familia se trasladó a Arévalo hacia 1454, después de la muerte de Juan II y de la coronación de su hijo Enrique IV. Durante esos ocho años, desde 1454 hasta 1462, Beatriz convivió con los hijos de la reina viuda como cuidadora, pero, a pesar de tener once años más que Isabel, las dos se hicieron amigas íntimas, amistad que durará toda la vida.

Beatriz de Bobadilla, la mejor amiga de Isabel la Católica

Beatriz se convirtió en confidente y protectora de Isabel y de Alfonso. Enrique IV, hermanastro de Isabel y de Alfonso, decide trasladar a los niños separándolos de su madre. El destino fue Segovia, donde estaba la corte, designando a Beatriz como doncella y criada de los infantes. El 5 de junio de 1465 la nobleza rebelde, encabezada por el marqués de Villena y por el arzobispo de Toledo entre otros, debido a que el rey no dispensaba un trato de favor para sus intereses, deciden colocar al infante Alfonso como nuevo rey, deslegitimando a Enrique IV.

Este golpe de estado provocó la guerra civil entre los partidarios reales y los que apoyaban a Alfonso. Cabrera estuvo al lado del rey Enrique y su mujer Beatriz también, pero la situación de Isabel era complicada porque su hermano estaba enfrentado a Enrique IV. Hubo negociaciones entre el rey y el marqués de Villena, que manejaba muy bien al monarca a pesar de ser el causante de una revuelta tan grave, y llegan a un acuerdo para la pacificación que incluía el matrimonio de la infanta Isabel con el hermano del marqués, Pedro Girón, maestre de Calatrava.

En 1466 el rey dispuso el matrimonio de Beatriz con su mayordomo mayor, su hombre de confianza Andrés Cabrera. Beatriz tenía entonces 26 años de edad y su marido 36. Ambos eran conversos por ser de ascendencia judía, extremo al que en aquel tiempo no se daba importancia. La decisión del rey de casar a su hermanastra de 15 años con Pedro Girón fue totalmente inaceptable para Isabel por varias razones. La primera porque Pedro Girón no pertenecía a la familia real, sino que era un simple noble, vasallo del rey Enrique. La segunda porque Pedro tenía más de 40 años y aunque era soltero ya tenía hijos con otras mujeres. Además, tenía un carácter violento, su comportamiento no siempre era caballeresco y era más bien embustero. Había subido al puesto de maestre de Calatrava gracias a su hermano Pacheco, que sabía manejar al rey Enrique para favorecer a los suyos de una manera escandalosa. Isabel rezaba todos los días para que no llegase ese momento de la boda, mientras que Pedro Girón salía de su territorio con tres mil hombres de armas para la celebración. Beatriz estaba viviendo esos momentos de tensión y angustia con Isabel, consolándola y ofreciendo su ayuda, y prometiendo impedir el matrimonio a toda costa, incluso dispuesta a apuñalar a ese novio indeseable e impresentable.

Isabel nunca olvidará el apoyo que le prestó Beatriz en aquel momento tan crítico de su vida. La posición de Beatriz al lado de Isabel a veces no era cómoda porque ella y su marido eran mayordomos de Enrique IV y no podían hacer nada en su contra. Era complicado estar en medio de las dos partes en conflicto. Aunque tuvo que elegir su sitio, hizo todo lo posible para estar a bien con ambas partes. En 1467 Alfonso y la nobleza rebelde ganan la segunda batalla de Olmedo, entran en Segovia y liberan a su hermana Isabel. Beatriz tuvo que acompañar a Isabel y pasar a la corte de Alfonso, abandonando a los partidarios de Enrique IV. En 1468, después de la muerte de Alfonso, la nobleza rebelde convence al rey para que reconozca a su hermanastra Isabel como heredera de la corona, celebrando el famoso Tratado de los Toros de Guisando.

Enrique IV y el marqués de Villena intentan casar a Isabel con el rey de Portugal o con el duque de Guyena, hermano del monarca francés, pero Isabel no aceptaba ninguna de las dos propuestas. Según el Tratado de Guisando, Isabel no podía casarse sin el consentimiento real, pero ella tenía la intención de casarse con el príncipe de Aragón Fernando. Se movió secretamente gente de Aragón y de Castilla para conseguir ese matrimonio. El rey de Aragón y el arzobispo de Toledo Alonso Carrillo estaban preparando ese enlace en contra del rey de Castilla y del marqués de Villena. Beatriz y su marido, como vasallos de Enrique IV, se opusieron a tal enlace y trataron de que Isabel no se casara con Fernando porque eso significaba romper el Tratado de Guisando. La relación entre Isabel y Beatriz se deterioró algún tiempo porque Beatriz no había sido informada del plan de Isabel de escapar de la fortaleza de Ocaña, donde estaba retenida, y celebrar la boda con Fernando en Valladolid.

Una vez divulgada la noticia de que Isabel y Fernando se habían casado, Enrique IV, enfadado y molesto, anula el acuerdo de Guisando y vuelve a nombrar a su hija Juana la Beltraneja como legítima heredera de Castilla en Val de Lozoya, cerca del monasterio de El Paular. Su hija Juana estaba custodiada por Mendoza en la fortaleza de Buitrago de Lozoya. El rey ordena enviar tropas para perseguir a Isabel y Fernando, que deben refugiarse en Medina de Rioseco, donde la familia de Fadrique Enríquez, tío de Fernando, tenía una fortaleza. Beatriz, una vez consumado el matrimonio de Isabel y Fernando, actúa como mediadora para la reconciliación del rey Enrique con su hermanastra Isabel. En 1473 el reinado de Enrique IV estaba muy deteriorado después de la vuelta del marqués de Villena, que casi gobernaba solo sin el consentimiento del rey y estaba saqueando las propiedades y pertenencias de la corona quedándoselas para él. El matrimonio Cabrera-Bobadilla veía de cerca cada día que Enrique IV estaba totalmente en manos del marqués y que se dejaba llevar por él.

En 1473 Beatriz convence a Enrique IV para tener un encuentro con su hermanastra en Segovia. Sale de la fortaleza disfrazada de aldeana, burlando el control de la gente del marqués de Villena que estaba de viaje, y consigue introducir a Isabel en el alcázar. La entrevista fue cordial y hasta salieron Enrique e Isabel a pasear a caballo por las calles de Segovia, por lo que la gente pudo ver al rey y a la princesa juntos y en armonía. El 11 de diciembre de 1474 el rey muere en Madrid. Isabel, una vez terminado el funeral, se proclama reina de Castilla en Segovia sin más procedimientos ni trámites ordinarios que la ceremonia oficial en la iglesia de San Martín, en la plaza Mayor de Segovia.

La entronización fue legítimamente celebrada, ya que asistieron personalidades suficientes para cumplimentar la representación necesaria. Beatriz y su marido fueron los artífices de esa proclamación tan hábil e inmediata de Isabel ya que sabían muy bien que los consejeros del rey Enrique y del marqués de Villena no dejarían a Isabel ser coronada porque su apuesta era por Juana la Beltraneja, la hija de Enrique IV. Sin la colaboración de Beatriz de Bobadilla y de su marido, Isabel no hubiera podido celebrar tal ceremonia. Lógicamente ese paso significaba el comienzo de la guerra civil entre los isabelinos y los partidarios de Juana. Isabel contaba con la ventaja de disponer del alcázar de Segovia, donde gente de confianza como Andrés Cabrera custodiaba el tesoro real de Castilla. En 1475, poco después de ser coronada reina de Castilla, se produce un incidente en el alcázar de Segovia, donde el alcaide y tesorero Cabrera no tenía la simpatía de la gente. Durante su ausencia, el anterior alcaide Alfonso Maldonado y otros hombres de armas entraron en el alcázar exigiendo la sustitución del alcaide. Corría peligro la vida de la hija de Isabel, que residía allí. Isabel, que se encontraba en Tordesillas, acudió al alcázar, confirmó el cargo de Cabrera como alcaide y los rebeldes se rindieron y obedecieron ante la firme postura de la reina sin poner resistencia alguna. Una demostración a favor del matrimonio Cabrera-Bobadilla por los importantes servicios prestados a Isabel.

La valentía y la forma con que actuó la reina ante las amenazas de los rebeldes causó buena impresión en la población de Segovia. El matrimonio Cabrera-Bobadilla recibió a lo largo de esos años cuantiosas mercedes y acumuló patrimonio de manera espectacular. Además de las rentas de Segovia recibe también el señorío de Moya con el título de marqués de Moya (4 de julio de 1489): un territorio extenso y estratégico en la frontera de los reinos de Castilla y Aragón lindando con Valencia. Otras propiedades recibidas fueron Casarrubios y Valdemoro, que se convertirán en el condado de Chinchón más adelante. Durante la guerra de Granada el matrimonio acompañó a los Reyes. En el campamento Beatriz fue atacada por un moro por error al confundirla con la reina, aunque la herida no fue grave gracias a algunos adornos de oro que llevaba que le sirvieron de protección.

El 26 de noviembre de 1504, cuando falleció la reina Isabel en Medina del Campo, Beatriz fue la persona que se encargó de cerrar los ojos de la reina difunta. A pesar de que la reina dejó escrito en su testamento que había que respetar a Andrés Cabrera y a Beatriz de Bobadilla porque gracias a sus servicios pudieron los Reyes alcanzar la corona de Castilla, en el reinado de Felipe el Hermoso y de Juana la Loca quitaron la alcaidía de Segovia a Andrés, pasándosela a Juan Manuel, hombre de confianza y mano derecha de Felipe el Hermoso. Cabrera resistió y se negó a abandonar el alcázar, pero las fuerzas del rey Felipe y de Juan Manuel le echaron de su cargo.

A la vuelta del rey Fernando a Castilla, el alcázar fue devuelto al matrimonio Cabrera-Bobadilla. Fernando el Católico no olvidó los servicios prestados por Andrés Cabrera y por Beatriz de Bobadilla. El 17 de enero de 1511 Beatriz fallece a los 71 años de edad en Madrid y fue enterrada en el convento de Santa Cruz de Carboneras, en Cuenca.

Autor: Yutaka Suzuki para revistadehistoria.es

_______________________________________________________Subir al inicio Subir al inicio

22-02-2021 -El furor sexual de la mujer que enloqueció a Colón

Marta Robles publica «Pasiones carnales» (Espasa), un recorrido por los amores reales de la Historia de España. Reproducimos un fragmento del capítulo dedicado a Beatriz de Bobadilla, conocida como «la sangrienta dama cazadora»

JAVIER ORS - MARTA ROBLES

Beatriz de Bobadilla y Ulloa
Beatriz de Bobadilla y Ulloa

Desde el último rey visigodo hasta las pasiones de Alfonso XIII. En su nuevo libro, «Pasiones carnales», Marta Robles nos conduce a los aposentos y dormitorios por los que discurrieron las aventuras amorosas y secretas que protagonizaron los principales reyes y reinas de nuestro país. Unos episodios, jalonados de anécdotas y de curiosidades, que prueban que, lejos de la seriedad institucional que nos han propuesto los libros y manuales de Historia, los gobernantes y mandatarios que han conducido las riendas de nuestro destino en el pasado también eran humanos y sensibles, y, probablemente por el mismo poder que ostentaban, una diana sensible para los apasionamientos y los arrebatos más inesperados.

Por estas páginas, repletas de sorpresas, transcurren nombres provenientes de las principales dinastías que han estado en el trono de nuestro país, desde la Astur y la Borgoñona hasta la de Trastamara, la de Habsburgo y la de los Borbón. Aquí hay hombres y mujeres con personalidades de distinta horma y calado, y también de diferente sentir y encaje, como son Ava RibagorzaAlfonso X el sabio, Isabel de Portugal, Felipe IV (uno de los monarcas españoles más adicto al sexo), Luisa Isabel Orleáns, el denostado Fernando VII («el falo más grande y feo para el rey más deseado») y Alfonso XIII, en cuyo nombre ya viaja incorporada la leyenda de sus amoríos y romances.

Cristóban Colón
Cristóban Colón

Cruel, ninfómana y codiciosa

Cuenta Marta Robles, que la Academia de la Historia describe a Beatriz de Bobadilla (1462-1504; la señora de la Gomera, no confundir con la marquesa de Moya, su tía) como una mujer «cruel, ninfómana y codiciosa». Es verdad que necesitaba practicar el sexo con una inusitada frecuencia y que no tenía piedad con los indígenas ni con quien supusiera un problema para sus intereses; pero todo eso hubiese sido considerado normal de haber sido un hombre. Como era una mujer, y además de deslumbrante belleza, esas características resultaban especialmente criticables. Esta villana de la historia, que sedujo al mismísimo Fernando El Católico y también a Cristóbal Colón y cuya voracidad sexual desmedida solo podía compararse con su extraordinaria falta de compasión, es una de las protagonistas de «Pasiones carnales», que demuestra cómo los arrebatos de la carne pueden cambiar el curso de los acontecimientos.

Adelanto de “Pasiones carnales”, de Marta Robles

“Tanta prisa tenía la reina en alejar a Beatriz de Bobadilla de la corte y de su marido, que aun siendo de una tacañería indiscutible, la dotó para el enlace con medio millón de maravedís y la heredad de Mairenilla. Eso sí, tenían que marcharse a toda prisa a la Gomera, que por el traspaso que la madre del futuro marido de Beatriz de Bobadilla había hecho años atrás, en 1478, del señorío de esta isla, convertía al hijo en su señor. Así se hizo.

La pareja contrajo matrimonio y partió de inmediato, tal y como quería la reina Isabel, a la Gomera, donde muy poco después nació su primer hijo, Guillén (a saber si sería del marido o del rey, aunque Beatriz tuviera la virtud de saber controlar hasta su concepciones, que no se produjeron en ninguna de sus aventuras amorosas previas al matrimonio), y después su hija Inés. Todo podía parecer más o menos tranquilo o, al menos, en orden, pero no. A punto estaba de producirse el pleito de los gomeros, de donde la Cazadora (el apodo le venía no de lo que pudieran señalar las apariencias, sino de que su padre había sido cazador mayor de Enrique IV y del propio Fernando el Católico) recibiría un sobrenombre más: el de sangrienta.

Su esposo, que tampoco era un hombre precisamente compasivo, sino más bien un tirano inclemente, fue sorprendido en la cama con su amante, la bella indígena Yballa, por el tutor de la joven. El episodio le costó la muerte a manos de los guanches gomeros. Muerto el señor, la rebelión resultó inevitable, como también la huida de Beatriz a la Torre del Conde de San Sebastián. Refugiada allí, reclamó la ayuda de Pedro de Vera, el gober- nador de Gran Canaria, quien se la prestó y de qué modo. Su contribución a la causa fue el completo aplastamiento de la rebelión sin compasión ni prisioneros. Los indígenas fueron masacrados o vendidos como esclavos. Y todo, con el beneplácito de Beatriz, que no solo impulsó las prácticas más crueles y animó a que se aniquilara primero a los hombres mayores de quince años y después se vendiera a las mujeres y a los niños, sino que se repartió con Vera los beneficios de tal transacción.

El asunto tuvo tanta repercusión que la propia reina conminó a Pedro de Vera y a la propia Beatriz a la corte para que afrontaran sus acusaciones. La multa de medio millón de maravedíes para cada uno no sería la peor sanción que tendría que afrontar Beatriz, a quien los pleitos la rodearon durante toda su vida. Por tales litigios se vio obligada a ir a la corte en numerosas ocasiones a responder de sus desmanes y en una de ellas, cuando corría el segundo semestre de 1491, se cruzó, casualmente, con Cristóbal Colón. Lo que pasó entre ellos se desconoce, pero resulta incuestionable el impacto que la belleza de Beatriz de Bobadilla causó en el navegante. Fue una impresión de tal magnitud como para que, menos de dos años después, en 1493, Colón, sin causa real, decidiera que la Pinta, su carabela, averiada en las Canarias, pusiera rumbo al puerto de Santa María, en la Gomera, y recalase en tal isla. Si durante ese tiempo mantuvieron correspondencia amorosa o no es una incógnita, pero que su encuentro debió de ser algo más que extraordinario no parece refutable. Como tampoco que su reencuentro los mantuviera a ambos expectantes. El almirante visibilizó su entusiasmo realizando tiros de bombarda y fuegos artificiales al entrar en el puerto. Quería celebrar a esa mujer que le mantenía encendidos los cinco sentidos.

–Habéis tardado en venir más de lo soportable –dijo Beatriz a Colón a modo de recibimiento. Y añadió–: ¿Pensasteis alguna vez en mí en todo este tiempo?

–De día y de noche, mi señora. Si no había estrellas, porque la noche era oscura y os echaba en falta. Si las había, porque la luz de cada una de ellas me parecía la de vuestros ojos.

Beatriz sonrió complacida y sus dientes resplandecieron en su pequeña y carnosa boca teñida de un intenso bermellón. Utilizaba uno de esos labiales que vendían los islámicos, que había comprado cuando vivía en la corte. No estaban muy bien vistos por la Iglesia, pero, ¿qué más le daba eso a una mujer transgresora de todas las normas? Su cabello castaño con un ligero toque rojizo contrastaba con su piel blanquísima pese al sol de la Gomera. Lo llevaba con raya en medio y recogido en una trenza larguísima que descansaba sobre su pecho izquierdo. Hacía tanto calor que se había mandado confeccionar unas túnicas de seda que se le pegaban al cuerpo de manera indecorosa y que adornaba con cintas de oro, y con un sinfín de abalorios repartidos entre sus muñecas, su cuello y sus dedos. Las cejas perfectamente dibujadas sobre sus grandes ojos de profunda oscuridad completaban el espectáculo de una mujer tan seductora como para enloquecer a cualquier hombre. Más aún a Cristóbal Colón, prendado de sus encantos desde la primera vez que la viera. No sabía el navegante lo que le esperaba en ese lecho que, al poco, Beatriz de Bobadilla le invitó a compartir.

Al cerrarse la puerta de la estancia, la mujer se acercó al hombre. Pegó su pecho palpitante contra el de él que notó sus formas cual si fueran brasas ardiendo. Colón bajó apenas la cabeza y rozó con sus labios los de Beatriz, entonces ella los abrió reclamando la lengua del marinero, apresándosela en su boca, incitándole a un juego previo de saliva que iba aumentando el ritmo de su placer. Entre gemidos intermitentes Beatriz se liberó de su túnica, que él ya había apartado y, desnuda, se tumbó sobre la magnífica cama vestida de resbaladiza seda.

–Venid aquí–ordenó al navegante con las piernas entreabiertas y el rostro arrebolado por la pasión.

Colón se deshizo de su ropa y se lanzó sobre la dama, para entrar en ella como tanto deseaba desde el día en que se cruzaran sus miradas. En cuanto su miembro estuvo en su interior, Beatriz lo recibió con la fuerza de esa vagina suya capaz de absorber un huracán y empezó a modular una y otra vez sus músculos. Apretaba y soltaba la generosa verga con tanta fuerza, que parecía que la estuviese mordiendo con unos dientes invisibles. Su compañero ya no solo gemía, sino que también gritaba mientras iba notando cómo el doloroso placer le subía por la columna vertebral hasta llegar al cerebro, donde de pronto estalló, al tiempo que lo hacía en su pene. Dos cabezas rotas en un instante. Desbaratadas por una mujer.

El almirante se separó de ella y se quedó inmóvil a su lado. A ella le brillaban los ojos. Parecía satisfecha, alimentada, como cada vez que practicaba el sexo.

Según decían las malas lenguas, desde que se quedara viuda, aunque aborreciese a los indígenas, subía casi cada día a uno a su cámara para practicar el sexo que tanto necesitaba. Cuando, exhausta, terminaba de realizar el acto, con toda la variedad de ejercicios de su vagina, que tanto los asustaban, los mandaba asesinar para que no contaran lo sucedido. Era una suerte de mantis religiosa con los aborígenes. También con los que no lo eran, aunque ellos creyeran lo contrario. En su vagina se quedaba, si no parte de su vida, al menos, sí parte de su entendimiento. Y Beatriz lo guardaba como un tesoro para utilizarlo cuando fuera menester.

La Cazadora había avituallado a la Pinta, pero no solo a la nave, también al almirante Colón, que se fue abastecido de pasión y de magia. Nunca podría olvidar a la dama.

Sin embargo, no hubo más encuentros, porque cuando el marinero regresó, Beatriz había contraído un nuevo matrimonio, esta vez con el adelantado Alonso Fernández de Lugo, conquistador de La Palma y Tenerife. Tras sus nupcias en 1498, se trasladó a Tenerife con él, dejando en la Gomera a Hernán Muñoz como gobernante. Todo parecía controlado, cuando ya en Tenerife, recibió información de sus vasallos gomeros, que le aseguraban que el gobernador puesto por ella era un traidor e intentaba facilitar el alzamiento de la Gomera por parte del cuñado de Beatriz, Sancho Herrera y Peraza, señor de Lanzarote, que no aceptaba su segundo casamiento. De poco sirvió que el hombre intentara defenderse de la acusación que Beatriz fue a la Gomera a escuchar. Esa misma noche lo mandó ahorcar en la plaza y se volvió a Tenerife.

La viuda de Muñoz escribió a la corte y unió su queja a la de tantos por extorsiones y otros agravios hasta que la reina se vio obligada a requerir la presencia de Beatriz de Bobadilla. La Dama Sangrienta llegó a la corte sintiéndose perseguida por todos, pensando que en cada esquina había un enemigo queriendo arrebatarle sus propiedades, su poderío o hasta la tutela de sus hijos. Y no iba descaminada. Allí, en la propia corte, un día cualquiera, Beatriz apareció muerta en su cama. Muchos pensaron que había sido asesinada. Algunos aseguraron que fue la propia reina Isabel, que también moriría ese mismo año y que no quería volver a verla junto a su marido, quien ordenó que la envenenaran.

La Cazadora, la Dama Sangrienta, la sangrienta dama cazadora, resultó cazada. Aunque no murió empapada en esa sangre que tanto le complacía derramar si era de otros, sino retorcida de dolor sobre su propio vómito.

_______________________________________________________Subir al inicio Subir al inicio

03-12-23 - Beatriz de Bobadilla y Ulloa: noble, bella y despiadada 'cazadora'

Pablo Calvo.

Beatriz de Bobadilla y Ulloa: noble, bella y despiadada 'cazadora'

A mediados del s. XV nació en Medina del Campo una Bobadilla más, de nombre Beatriz, igual que su tía segunda, que fue camarera mayor y amiga personal de la reina católica y Marquesa de Moya. Los Bobadilla eran familia de larga tradición en la Corte. Tía y sobrina coincidían mucho por los pasillos de palacio, y para distinguir a la más joven, la apodaron La Cazadora, por ser su padre cazador mayor del rey Fernando.

Beatriz era una joven de gran belleza, dama de compañía de la reina, y eso la ponía en ocasiones cerca del propio rey, quien mostraba buenas atenciones hacia ella, liberando los celos de la reina… En ese tiempo, Hernán Peraza ‘el Joven’, señor de La Gomera y El Hierro, se encontraba en la Corte acusado de la extraña muerte de un capitán en sus islas. La hábil reina Isabel, obligó a Peraza a casarse con Beatriz si quería ser perdonado por el crimen. Así ganaban todos: Peraza de vuelta a su casa con la indulgencia y con una belleza de esposa; Beatriz con medio millón de maravedíes que le fueron dados por su boda; y la reina, con la muchacha alejada de los ojos del rey.

La nueva pareja se instaló en San Sebastián de la Gomera, y mientras él se dedicó a colonizar islas, ella criaba a sus dos hijos. Y así pasaron unos años de relativa “tranquilidad” hasta que, en 1488, Peraza rompe el pacto existente desde hacía años con los aborígenes gomeros. Según este acuerdo, las relaciones entre europeos y gomeros debían ser de hermanamiento, pero Peraza lo concebía más como puro vasallaje y empezó a maltratarlos, a expropiarlos, a imponerles abusivos impuestos, a vejar mujeres…

Ese mismo año, Hernán mantuvo relaciones con Yballa, una muchacha de nobles raíces aborígenes, que, según el pacto mencionado, sería ‘hermana’ de su mismo clan. Ante tan ilícita afrenta, Hautacuperche, pariente de Yballa, fue en su busca para arrestarlo, pero una vez lo encontró, pensó en caliente y decidió atravesarlo con su lanza. Se inició así la “Rebelión de los Gomeros”, que tuvieron en vilo por un tiempo a la población española de la isla y obligaron a Beatriz de Bobadilla a refugiarse en la Torre de San Sebastian.

Desde allí, la señora llamó a Pedro de Vera, gobernador de Gran Canaria, para que ayudara a poner fin a tal cerco. Éste desembarcó rápidamente con cuatro centenares de hombres y puso fin al levantamiento, huyendo muchos de los gomeros a refugiarse en las escarpadas montañas de la isla. Entonces, se ordenó a todos los nativos que bajaran sin miedo de sus guaridas y acudieran de buena fe a la iglesia para el funeral de Peraza, o de lo contrario, serían acusados de traidores y cómplices de asesinato. Engañados por esas palabras, muchos acudieron a la misa y fueron apresados.

La Cazadora ordenó la ejecución indiscriminada de todos los hombres mayores de quince años. Alrededor de medio millar de gomeros varones fueron estrangulados o empalados y arrojados al mar. Tras aquella escabechina, Beatriz y el gobernador vendieron como esclavos a todas las mujeres y varones jóvenes. En total, doscientas cuarenta personas.

Espantado antes tales hechos, Miguel López de la Serna, un franciscano que en ese momento era obispo de esa diócesis, se opuso a esa venta ilegal de seres humanos, amenazando a Pedro de Vera con la excomunión y con la denuncia ante los Reyes Católicos. El gobernador devolvió la intimidación: “Mucho os desmandáis contra mí. Callad, que os haré poner un casco ardiendo sobre la corona, si mucho habláis”.

Los monarcas ordenaron investigar el paradero de dichos cautivos y proceder a su liberación. Gracias a la insistencia del prelado, doscientos gomeros recuperaron la libertad. Incluso la propia Reina llamó a la Corte a Pedro de Vera y a Beatriz para rendir cuentas. El resultado fue que el gobernador perdió su cargo, y ambos fueron multados con un millón de maravedíes, a pagar a medias, para costear el rescate de los gomeros vendidos.

Tras ese trance, Beatriz regresa a La Gomera. La Cazadora pudo haber conocido a Colón en la Corte en 1491, cuando ella estaba en alguno de sus juicios. El caso es que la mujer ejerció de anfitriona del genovés en las parades que el marinero realizó en la isla en 1492, 1493 y 1498. Pero ¿por qué insistía Colón en hacer parada en La Gomera estando Gran Canaria ya conquistada del todo? ¿Tan bella era Beatriz?

No hay pruebas de que existiera una relación amorosa entre ellos, pero hay extrañezas que dan que pensar: en la primera parada, la carabela ‘Pinta’ se averió frente a Gran Canaria, y durante los arreglos, el almirante visitó San Sebastian de La Gomera con alguna excusa… En la segunda parada, organizó Colón algunos homenajes en honor a la señora de la isla… Y en la tercera parada, como ella estaba casada en segundas nupcias, Colón casi ni bajó del barco…

Beatriz se había casado en el verano de 1498 con el gobernador de La Palma y Tenerife, Alonso Fernández de Lugo, el hombre más rico y poderoso del archipiélago y, por tanto, ella era señora de las Islas. De hecho, se trasladaron a vivir a Tenerife, y durante las ausencias de él, era ella quien gobernaba.

Pero Beatriz no había aprendido la lección y seguía con sus acciones violentas. Su proceso judicial en la Corte, iniciado en 1490, lejos de acortarse, se iba alargando, hasta más de una década. A eso había que añadir que la familia de su primer marido la amenazaba con revocarle el mayorazgo de Canarias y le intentaban quitar la custodia de sus hijos. Todos esos problemas la fueron desgastando mentalmente hasta el punto de emparanoiarse.

En 1504, visitó Medina del Campo, su ciudad natal, para responder por sus acciones como gobernadora sustituta de Tenerife en los años anteriores, cómo no… y no regresó. Un mes antes de fallecer la reina Isabel encontraron a Beatriz muerta en su cama. Pero nunca fue juzgada.

_______________________________________________________Subir al inicio Subir al inicio


Esta pagina está en constante actualización, diseñada para visualizar en 800 x 600 y superior, mantenida por Juan Antonio del Sol Hernández - MEDINA DEL CAMPO, -- Última modificación: 2002-2023
Todo el contenido de esta Web está incluido con el único y sano fin de tratar de divulgar y dar a conocer lo más posible la historia de Medina del Campo, Villa de las Ferias. Si en alguna de las páginas que contiene esta Web hay algún material que no debería estar incluido por disponer de derechos de autor, rogaría me lo comunicasen e inmediatamente sería retirado.