Paula de la Fuente-. Una bicicleta apoyada en la pared desconchada. La rayuela pintada con tiza de color blanco. Unos tazos que saltan entre ansias de ser el vencedor. Un balón que rueda por el asfalto gris y calienta los pies de quienes crecen sin prisa. Escenas de un nuevo videoclip que son, al fin y al cabo, relatos de una vida pequeñas fotografías del alma que Aarón Miguel Barrul ha recogido en «La Venda», su nuevo tema, cargado de memoria, ternura y verdad.
Aarón llega al estudio de Onda Medina Castilla y León con la misma serenidad con la que recuerda su infancia. No hace falta preguntarle dos veces para entender que este lanzamiento no es uno cualquiera. Lo dice su voz y lo repiten sus ojos. “La venda es una metáfora de la inocencia”, confiesa, como quien entrega un secreto. “Es un reset para todos, un alto en esta sociedad que va tan rápido”.
Y es justo eso lo que propone esta canción: detener el tiempo y volver a los primeros eneros, aquellos en los que el amor era un misterio, el dinero apenas una palabra y la tierra —su barrio, su Medina— un hogar que nunca dejó de amar.
Para Aarón, irse nunca fue una opción. Aunque hoy viva en Valladolid, cada vez que cruza la entrada de Medina del Campo siente que regresa a su refugio. Por eso tenía tan claro dónde debía rodarse el videoclip: allí donde él aprendió a vivir. Donde el frontón, los portales y las calles sin nombres oficiales eran la mejor escuela de libertad.
El proceso creativo ha sido largo y emocionante. Esta es su primera producción completa, hecha con sus manos y su paciencia. Le costó, lo admite, pero también le llenó de orgullo. Contó con músicos que ya forman parte de su historia: Alex Cuba en la percusión, Javier Monteverde a los mandos de la mezcla —recién premiado con un Grammy— y un equipo audiovisual que supo leerle el alma: Asimétrico, tres jóvenes madrileños que captaron su visión “a la primera”.
Pero lo que verdaderamente da vida al vídeo son los niños. Son sus hijas. Son los hijos de quienes jugaron con él. Son las nuevas generaciones llenando de carreras y alegría el mismo suelo que un día fue suyo. “Ha sido muy emotivo”, repite varias veces, como si no encontrara otra palabra más fiel -y probablemente no la haya-.
Entre esas voces infantiles hay una muy especial: la de Alba, su hija mayor. Ocho años y un don que ella aún desconoce. Grabó su parte cuando era incluso más pequeña. “Quería repetirla porque ahora canta mejor, me dijo”, recuerda Aarón entre risas y ternura, “pero estaba perfecta”. La historia se repite: él también cantó en un disco de su padre cuando era niño. Ahora es Alba quien toma ese relevo invisible. Un lazo familiar tejido con notas musicales, generaciones y Fe.
Muchos artistas buscan paisajes de postal, pero Aarón eligió su barrio. Ese que a veces se pasa por alto, pero que guarda las historias más reales. “Es el foco del videoclip y de mi vida”, asegura. Allí está lo que fue, pero también lo que sigue siendo. Sus amigos de la infancia continúan a su lado. Algunos viven lejos, pero el cariño viaja más rápido que los trenes. Uno de ellos, al ver La Venda, le escribió diciendo que lloró al recordar aquellos tiempos. “Eso era justo lo que quería”, responde Aarón, emocionado. “Transmitir eso”.
Este ha sido un buen año. Ha recorrido salas vallisoletanas con su grupo Chanelando, mezclando flamenco, pop, rumba y todo lo que su alma mestiza trae consigo. Ha trabajado —como él dice— “como un currante más”, sin perder la esencia y sin dejarse arrastrar por las modas pasajeras.
Porque la música actual va deprisa. Demasiado. Canciones de segundos para TikTok. Millones de lanzamientos cada viernes. Un océano donde sobrevivir parece imposible. Pero Aarón tiene algo claro: siempre habrá público para la música hecha desde el corazón. Y esa es su brújula.
Sueña con cantar algún día en la Plaza Mayor de la Hispanidad como Aarón Miguel, no solo con versiones; quizá en el Festival de Jazz de la Villa de las Ferias. Sueña con producir un disco entero suyo, con colaborar con grandes artistas, tocar en escenarios inmensos, viajar a México, a Cuba, a tantos lugares donde ya le escuchan. Sueña con cruzar el charco. Sueña sin pudor.
Y lo dice con fuerza: nadie le va a parar
Antes de despedirse —guitarra en mano, como siempre— quiere agradecer a las familias que participaron en el videoclip y dejar un mensaje para su gente: “Somos los mismos de ayer. Solo hay que volver a ponerse la venda y vivir con el corazón”. Entonces canta. Canta suave. Canta como quien recuerda y abraza a la vez. Y mientras su voz llena la habitación, uno comprende que La Venda no es solo una canción.
Es un lugar al que volver.
Es la inocencia que nunca se pierde.
Es el barrio que siempre nos espera.
Es, simplemente, Aarón Miguel Barrul.