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19-01-10 - Quiero ser alemán.

[Primera aproximación a una teorización del síndrome expañol de su gran exnación” (“síndrome exnacional expañol”) que sienten algunos españoles en esta hora de la Historia de España]

Por Eduardo de Villalmonte.

Siento envidia de los alemanes. Lo reconozco. Desde hace poco más de quince años, desde que, tras la caída del Muro de Berlín, se produjo la Unidad Alemana o reunificación, siento una sana envidia del pueblo alemán, de la nación alemana.

También de otras naciones que son capaces de mantener su unidad e identidad estatal-nacional.

Una Nación Unida. Más de 80 millones de ciudadanos y ciudadanas orgullosos de su lengua, de su cultura y de su identidad nacional común, que es a la vez propia de cada uno. Sin separatismos.

Cando hay problemas, complicados, menos graves e incluso hasta graves, no le hacen ascos a proponer una gran coalición, y todos entendemos que se refieren a la conveniencia de llegar a acuerdo de gobierno e incluso gobernar en coalición los dos grandes partidos del arco parlamentario alemán.

A nadie le extraña allí que una cosa así pueda llegar a ocurrir.

España, por el contrario, tiene a estos efectos dos problemas principales.

El primero es el incremento de los separatismos. Tal vez no en número de sus adeptos, -aunque entre la juventud, con la educación que están recibiendo en todo el Circuito Educativo puede que sí aumente- pero sí en cuanto a su fuerza, poder y control del Estado y sus diversas partes, en el actual Régimen.

El segundo es la pasividad de los españoles que se sienten nacionales de España.

En ocasiones he dicho que la forma de entender el papel y la función de la Monarquía y del Rey de España que tienen algunos monárquicos, se ha revelado finalmente errónea, y profundamente negativa y peligrosa para la Unidad nacional de España.

A los alemanes nadie les garantiza (desde fuera, o por encima) su unidad nacional. Ellos, ciudadanos y grupos políticos, se la tienen que trabajar, ellos tienen que cuidarla, mimarla, cultivarla, mantenerla y legarla a las futuras generaciones de alemanes.

No ocurre así en España.

Se dice que el Rey es el símbolo de la unidad y permanencia de la patria. Que es el garante de su unidad nacional.

Pero esta construcción gramatical, mental, ideológica, política, está sirviendo en la práctica como a modo de tranquilizador de conciencias, de adormidera de espíritus. Si la unidad y permanencia de la patria y su unidad nacional están garantizadas por tan alta y excelsa institución, el resto de los 44 millones de españoles, la gente de la base, el pueblo llano, ya podemos todos dedicarnos a hacer lo que queramos y nos de la gana (que en España es siempre la peligrosa y temible “real gana”), y que en muchos casos es la de luchar contra la permanencia de la patria española y contra la unidad de España. En esas estamos.

Así de contradictoria es la realidad. Así somos los españoles.

Dicho de otro modo, no diré que la Monarquía esté siendo un problema para la Unidad Nacional, Dios me libre. Diré que determinada forma de concebir la Monarquía en España y determinados errores de actuación en el actual Marco Constitucional están siendo un muy grave problema. Y muy difícil, primero de poderlo detectar, luego de poner el remedio.

Tengo el convencimiento desde hace lustros de que si la Monarquía y la Corona no sirven para dos, máximo tres cosas fundamentales aquí y ahora, no sólo no justifica su existencia entre nosotros si no que ni siquiera subsistirá.

La primera es, no ya simbolizar sino garantizar de hecho, de forma concreta y cierta la Unidad Nacional.

La segunda es arbitrar y moderar efectivamente, realmente no simbólicamente, el funcionamiento de todas las instituciones en ese marco de unidad nacional.

La tercera, amen de la representación exterior del Estado –lo que no siempre se logra, y cada vez menos, por la vorágine de las Autonomías con políticas en Exteriores–- de forma también efectiva no simbólica (para símbolo ya tenemos bastante con los objetos tales como el Himno, la bandera y el escudo nacionales) consiste en enlazar el hoy con el ayer y con el mañana, en la Historia de España.

No se está logrando ninguna de las tres.

Sólo hay que ver lo que se enseña en las Universidades acerca de España y su historia, lo que hacen los partidos políticos y lo que está pasando en las Autonomías.

Y por supuesto, es función del Rey presidir efectivamente el Estado. Porque todo Estado tiene Jefe o Presidente de la Republica en todo el mundo. No sería de recibo ni sería lógico que España no lo tuviera.

La Corona ni puede ni debe, de una parte “secuestrar” apropiarse, patrimonializar, digamos así, la unidad y permanencia de la patria, cuyo mantenimiento y defensa corresponde de forma efectiva a 44 millones de españoles entre ellos el Rey, y de otra exclusivizar la lucha y la garantía de que España siga existiendo como Nación unida. Esa es labor y responsabilidad también de los 44 milones de españoles. Es justo ahí donde se incrementa mi discrepancia con ciertos monárquicos rancios y de rancio abolengo.

Pero tampoco de ninguna de las maneras hacer “la del perro del hortelano, que ni come ni deja comer al amo” (refrán español, no imputación literal, ojo).

El pueblo soberano tiene el deber de garantizar ambas cosas, la permanencia de la patria y la nación unida, obviamente en “unidad nacional”; y no es una reiteración.

Una forma errónea de entender la función de la Monarquía, puede acabar dejando al Estado sin Jefe del Estado efectivo en España y puede llegar a dejar a España sin personas comprometidas en su defensa. Y eso está pasando ya aquí y ahora.

“Unos por otros la casa sin barrer” y otro medio centenar más de refranes españoles, compendio de sabiduría popular, podría servirnos perfectamente al caso.

Los alemanes –aunque ciertamente existen más naciones en el planeta que cumplen con todos estos principios–- no tiene institución altísima alguna que les haga el trabajo (o que les “secuestre la función”, eso depende de cómo se mire, diría Julián Marías), y se lo tienen que hacer todo ellos solitos, ochenta milones de alemanas y alemanes. Y con mucho éxito, por cierto.

Me dan envidia. Sana envidia.

Yo quiero ser alemán, pienso a veces, y me sorprende que casi siempre lo piense de manera nada metafórica. Me inquieta.

¡Que pena de España!

Barcelona, veintisiete de marzo de dos mil seis (2006).

EDUARDO DE VILLALMONTE.

[Eduardo de Villalmonte es Eduardo de Prado Álvarez, de Villalmonte, León].

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