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MEDINA DEL CAMPO EN LA GUERRA DE LAS COMUNIDADES ( 1519 - 1521)

Ejecución comuneros
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26-04-02 - Medina del Campo en la Guerra de las Comunidades (1519 - 1521)

Vamos a tratar aquí a la Villa medinense como sujeto histórico en la guerra entablada entre los principales Municipios castellanos y el Consejo de Regencia que el joven Rey y Emperador Carlos, nieto de los Reyes Católicos, había dejado para gobernar estos reinos en 1520, al ir a posesionarse en Aquisgrán de la Corona del Sacro Romano Imperio Germánico.

Esta Guerra de las Comunidades está reflejada muy ampliamente en los seis tomos publicados por el profesor Danvila en su "Historia Crítica y documentada de las Comunidades de Castilla" (Madrid, 1897), y también los libros V, VI y VII de la "Historia del Emperador Carlos V" de fray Prudencio de Sandoval, Obispo de Pamplona. Así mismo debemos señalar la obra del profesor de la Universidad de Burdeos Mr. Joseph Pérez "La revolutión des Comunidades de Castilla" (Bordeaux, 1970); "Las Comunidades como movimiento antiseñorial" de J.I. Gutiérrez Nieto (Barcelona, 1973); "La decadencia española: Historia del Levantamiento de las Comunidades de Castilla (Madrid, 1850) de Ferrer Río; así mismo es muy digno de tener en cuenta la obra del profesor José Antonio Maravall "Las Comunidades de Castilla" (Madrid, 1979), y "Las Comunidades a la nueva luz documental" de Menéndez Pidal, Así como el sin fin de trabajos biográficos, conferencias y obras teatrales últimamente publicadas en torno a este interesante movimiento de la baja nobleza y pueblo ciudadano en defensa de las libertades castellanas y como reacción xenófoga a la primitiva corte flameca del joven rey Carlos de Gante que le acompañó y arropó en su viaje a recoger la herencia de sus abuelos depositada últimamente en manos del Rey don Fernando y de este en el Regente Ximenez de Cisneros. Aquí, a fuer de cronista medinense, debemos citar el folleto publicado en 1920, e impreso en los talleres tipográficos de mis mayores, salido de la pluma entusiasta del presbítero medinense don Mariano Rodríguez Macías, con ocasión del IV centenario del incendio y saqueo que las inciviles tropas imperiales mandadas por Fonseca y el Alcalde de Corte Ronquillo realizaron en la ferial Medina del Campo aquel infausto día del 21 de agosto de 1520.

Antes de entrar de lleno en el tema, deseamos presentar, sucintamente, el escenario en que nos vamos a mover, es decir aquella Castilla de los primeros decenios del siglo XVI, y como fondo el cuadro histórico de nuestra Medina, "la de todos los Campos", que dijo el poeta Félix Antonio, en aquel verano trágico del Año de Gracia de 1520.

El reino de Castilla, es decir las actuales regiones de Galicia, Asturias, Cantabria, la Vieja y la Nueva, Extremadura, Andalucía y Murcia junto las Indias, desde aquel frío y tormentoso día del 26 de noviembre de 1504, en que muere en su casa-palacio medinense de la Plaza Mayor la eximia Reina Isabel I, la España unificada por el trono de los Reyes Católicos Isabel y Fernando, queda dividida, otra vez, en dos Reinos.

Al día siguiente de su muerte y traslado a Granada,(Muerte y entierro de la Reina) el primer Duque de Alba, don García Álvarez de Toledo, como Alférez Mayor de la Villa de Medina del Campo, proclamaba en su ferial Plaza Mayor, ante los Grandes, Nobles, Hijosdalgo y pueblo fiel, como reina propietaria de Castilla y todos los Señoríos a Doña Juana, instaurándose, a través de su consorte el archiduque don Felipe, la Casa de Austria.

Entre 1504 y 1516, es decir, hasta la muerte del Rey Fernando el Católico, las Coronas d Castilla y Aragón volvieron a separarse y esta separación hubiera sido definitiva, si don Fernando hubiera tenido sucesión en su matrimonio con doña Germana de Foix, o si doña Juana hubiera estado en condiciones de reinar. Por todo ello, en 1516, el nieto de los Reyes Católicos nacido en Gante en el año 1500, el futuro Emperador, reúne en su juvenil cabeza, las dos coronas de Castilla y Aragón, no sin que algunos protestaran, por puro formulismo jurídico, y que en vida de su madre, doña Juana, -que no muere hasta 1555-, no tenía legítimo derecho, (en sentido estricto), a llamarse Rey de Castilla, aunque sí de Aragón.

Territorialmente la Corona de Castilla, como ya apuntábamos, comprendía las dos Mesetas Centrales, Galicia, Asturias, Cantabria, Extremadura, Andalucía, Murcia, el Señorío de Vizcaya, las provincias de Álava y Guipúzcoa, el Reino de Navarra, más la Islas Canarias y las Indias Occidentales.

En la Corona de Aragón encontramos los reinos asociados de Aragón, Valencia, y Mallorca y el principado de Cataluña, más Nápoles y las dos Sicilias. El único lazo entre todos los territorios lo constituía la persona del soberano, unión personal, y unión que solo llegó a hacerse definitiva a partir del advenimiento del Reo Carlos I, en 1516, precisamente en el momento histórico que vamos a tratar aquí.

En aquellos años la población del Reino de Castilla era cuatro veces mayor que la del Reino de Aragón, y la recuperación económica y demográfica castellana, iniciada con fuerza a medidos del siglo XV, continuaba pujante hasta los finales del siglo XVI, y va unida extrechisímamente a la grandeza, gloria y esplendor de la Medina del Campo ferial y mercantil, la cual comienza a declinar rápidamente en los años postreros del referido siglo XVI, al igual, que más acusadamente, que el resto de Las Españas, un tanto desangradas y empobrecidas por las continuas guerras en que se vio implicado el Emperador y su hijo Felipe II, victoriosas, pero económicamente y demográficamente empobrecedoras, a pesar de la plata de Potosí y el oro del Perú.

Fueron cabeza del levantamiento comunero, Toledo, Segovia, Madrid y Murcia, y con ellas se alzaron como principales núcleos de resistencia y desobediencia el Consejo de Regencia también Ávila y Medina del Campo, Valladolid, Tordesillas, Toro, Salamanca, Zamora, Palencia, León, Burgos, Soria, Guadalajara, Alcalá, Mula, y Orihuela, Cuenca, Cáceres, Badajoz, Córdoba, Úbeda, Baeza, Jaén y Sevilla, estas últimas como ciudades y villas afectadas más o menos por el conflicto comunero.

Era nuestra Medina del Campo, en 1520, uno de los principales núcleos de población del Reino de Castilla, es decir de los más de 360.000 kilómetros cuadrados que entonces comprendía. Ya en 1503 se había terminado de erigir la Capilla Mayor a expensas del medinés obispo de Segovia y segundo Abad de la Colegiata don Juan Ruyz de Medina, (Nombres y fechas de todos los Abades de la Iglesia Colegiata de San Antolín.) y a continuación la torre con su reloj ferial, y en obras adelantadas la nave principal de la Colegiata y alguna de las capillas a ellas adosadas.

Existían doce Escribanos Reales que, a partir de 1550 llegaron a ser veinticuatro, que en aquella época vivían todos con innegable holgura; añadiremos que en tiempo de los Reyes Católicos, una vez consolidado su reinado y descubierta América, los Escribanos existentes en Medina eran solamente ocho, y de su buen recaudo vino aquel dicho atribuido a la Reina Católica, "que si Dios la hubiera permitido tener tres hijos varones, el primero lo hubiese designado como su sucesor en sus Reinos y Señoríos; el segundo para que fuera Arzobispo de Toledo, y al tercero para hacerle Escribano de Medina del Campo". Así mismo en aquel infausto año existían los monasterios de San Bartolomé de monjes benedictinos, el de San Saturnino, de monjes promostatrenses, y el de Ntra. Sra. de la Gracia de agustinos, más con conventos de San Andrés de frailes dominicos, se estaba levantando el convento de carmelitas (calzados, porque aún no existían los descalzos), el de los Trinitarios y los dos franciscanos,( San Francisco y Santa Isabel) en sus dos ramas, así como diez y seis templos parroquiales, y al frente de la entonces ya Santa Iglesia Colegiata de San Antolín, su tercer Abad, el medinés don Alonso García del Rincón, Obispo de Solau (Italia) y era Corregidor de la Villa, por el Rey Carlos I, ya Majestad, (siguiendo las costumbres flamencas que apearon el tratamiento de Alteza que tuvieron hasta entonces los reyes peninsulares) (Castilla, Aragón y Portugal), don Diego Gutiérrez de Quijada.

En cuanto a las célebres Ferias, (Breve historia de las Ferias en Medina del Campo.) dos en el año, estaban representadas en ellas, a más de cientos de miles de ducados en letras cambiarias, con vencimiento de pago en dichas Ferias (las de Pascua florida o las de octubre), las mercaderías más valiosas y variadas, como los cueros y curtidos de Córdoba, Toledo y Ocaña, la joyería de Flandes, Francia, Granada, Sevilla y Córdoba, y que daba nombre a la acera occidental de la gran y ferial Plaza Mayor (popularmente hoy la "acera del Continental"); las hojas y aceros de Toledo, los corales de Barcelona, las especies de Valencia de Yepes y de Lisboa, los azúcares de Sevilla, el azafrán de Cervera de Montblanc y de Orta, los jabones de Málaga, Ocaña y Sevilla, las túnicas y ricas alfombras de Siria y de Berbería, rasos, brocados, terciopelos y lienzos de Flandes y Francia; mercadería y papel del país francés, lencería de Portugal y ganados vivos de Salamanca, Extremadura y Ronda; además se comercializaban lanas y de ellas eran cardadas unas doscientas cincuenta mil arrobas..., en fin Medina del Campo, si haber llegado en 1520, como año de referencia, el mayor grado de prosperidad y opulencia, se encontraba ya, en relación a la mayor parte de las ciudades y villas del Reino, en muy alto grado de riqueza y población.

Bosquejados ya los escenarios y una Castilla en ebullición y progreso con una Medina en alto grado de opulencia ferial, mercantil y demográfica, nos vamos a concretar en la idea de COMUNIDAD y el alcance que ese concepto tiene ante el hecho histórico que representa, y por ello, siguiendo un poco a Maravall, entendemos que el término COMUNIDAD quiere decir "un levantamiento (armado o no) con predominio del estamento ciudadano, contra el Príncipe o Señor, postulando un gobierno propio o "autogobierno". Y así leemos con Dánvila que hubo una serie de ciudades y villas (Arévalo, Madrigal de las Altas Torres y Olmedo entre ellas) que se alzaron en Comunidad, reclamando su incorporación a la Corona, y amenazando con la más franca rebeldía si no se les concedía, porque estimaban esos ciudadanos que solo la directa autoridad del Rey, muy lejana, alta y ocasional, podía ser llevadera y mayor al margen de la libre participación que se deja a los súbditos en la vida común municipal.

Ya se nos dice, que la rebelión comunera aparece como la primera fase en la accidentada Historia del proceso revolucionario del estado llano. Y así lo vino a concretar, según el Obispo Sandoval, un Comunero muy convencido, Gonzalo de Ayora, humanista y experto militar, espíritu independiente y crítico, que ya se disgustó con Felipe I y sus Consejeros flamencos, y que se sublevó con encono contra Carlos I. Pues bien, Gonzalo de Ayora, en los primeros días d la rebelión comunera, dirige un Escrito al Consejo Real, en el que explica el fondo del movimiento popular que tan violentamente se iniciaba, y en dicho escrito viene a decir: "que en España había y hay, tres estados de gente, los grandes, los medianos y el tercer miembro era el resto, de cuya industria y trabajo todos se mantenían", y agregaba después de otras consideraciones, "que este miembro postrinero ha caído en la cuenta de como llevaba toda la carga de lo civil y lo criminal", y añade después, "han comenzado, lo que hemos visto (las Comunidades) por desechar este yugo". Esquema nítidamente tipificado de lo que van a ser años y siglos después los movimientos revolucionarios del estado llano.

Por todo lo expuesto, la lucha popular emprendida por las Comunidades castellanas se planteaba, básicamente, sobre el orden constitucional del Reino de Castilla, y en relación a la parte que había de corresponder a los representantes del cuerpo popular, (o del pueblo llano), en el gobierno. A esta participación, de amplias dimensiones, en el gobierno, se llamaba en esa época LIBERTAD. Mucho podíamos añadir a todo esto, pero creemos es tiempo de tratar y hablar, por boca de los Cronistas, de lo sucedido aquí, en nuestra Medina, aquel trágico 21 de agosto del Año del Señor de 1520, reinando en Las Españas don Carlos I.

En Medina del Campo, después de la muerte de la Reina Católica, y durante la Regencia del Rey don Fernando (muy grave) y del Cardenal-Arzobispo de Toledo Ximénez de Cisneros, previsoramente, y como el Castillo de la Mota él creía, no era lugar seguro para el gobierno real, Cisneros "cuyos poderes frente a los Nobles levantiscos eran los soldados y los cañones", apoyándose en los ciudadanos pecheros o pueblo llano, adobó, en esta Villa medinense "señora de si misma", junto a su muralla civil, una gran casa que sirviendo como de parque, pudiera en ella guardar las municiones y piezas de artillería del Reino, "para que si en cualquier parte alguno se moviese los pueda el Rey destruir y desolar, que no quede memoria de ellos". Así pues Medina, en la actual calle Artillería, tuvo, en una amplia nave adosada a la muralla que iba por su actual acera izquierda, en su vigilado parque artillero las bombardas, morteros, falconetes y demás piezas de artillería de la época.

El en año 1519, Segovia se había alzado en Comunidad, y había ejecutado sumariamente a su Procurador en las Cortes de Santiago, Rodrigo de Tordesillas, y formó parte, junto a Madrid y Toledo y demás ciudades la Junta Santa en Ávila comunera, la cual dirigió el rey don Carlos una "Carta de Agravios". El Consejo Real y de Regencia, cuya cabeza era el Almirante de Castilla duque de Medina de Rioseco y como Regente del Reino lo era el Cardenal Adriano de Utrech, preceptor que antes había sido el joven rey don Carlos y luego para como Adriano IV, resolvió, desde Valladolid conde estaba constituido y residía también el Regente, castigar severamente a los culpables, y para ello pusieron a disposición del Alcalde de Cortes, Ronquillo, mil hombres de guerra. Fracasó Ronquillo frente a las murallas de Segovia (Ronquillo era enemigo declarado de los segovianos, al igual que los Fonsecas, por la antigua posesión por estos del Castillo de la Mota lo eran los medinenses), y ante este fracaso el Regente y el Consejo Real nombraron como general de las tropas reales reforzadas al sobrino del Obispo Alonso de Fonseca, Antonio de Fonseca, y a través del citado prelado burgalés, que entregasen la artillería del Reino, a fin de combatir mejor la plaza fuerte de Segovia, y los medinenses por boca de su Consejero y por clamor popular, se negaron a ello aduciendo que no portaban cédula del Rey Carlos I, y por lo mismo se ordenó por el Regente y el Consejo Real a Antonio Fonseca, general de las tropas reales, que tomase por la fuerza, si a ello se viera obligado, la artillería que Medina guardaba; Segovia tuvo aviso de esta orden y escribió a Medina sin dilación, previniéndola.

No es cosa de transcribir estas cartas que el Cronista pone en su Crónica histórica, ya que están algo manipuladas y escritas por oídos interesados, no coincidiendo alguna fecha y dato singular, como e aducido de "la quema de la Colegiata medinense" que no sufrió el menor daño, o el Consistorio que tampoco los tuvo, lo cierto es que con esta carta los medinenses, unidos, resolvieron no entregar las piezas artilleras y pólvoras, y así, un martes, buen de mañana de aquel día 21 de agosto, salió de Arévalo la fuerza real mandadas por el referido Fonseca, por Ronquillo, y por el Arevalense Mejía, a tomar por la fuerza la artillería "si de voluntad no se quiere dar", pues ya una ves se la habían negado por escrito.

El mencionado Antonio de Fonseca, que tenía amigos de posición en la Villa medinense, así como el apoyo de su Corregidor Gutiérrez de Quijada, comenzaron con bien a convencer al Concejo y sus Regidores, pero al no lograrlo y "agriándola las palabras" los medinenses emplearon algunas piezas ligeras de artillería, en las bocacalles que salen de sus gran Plaza Mayor como la de Salamanca, Carpintería, Ávila y Almirante, (por donde podrían avanzar para tomar el depósito artillero las tropas reales), uniéndose a los artilleros gran golpe de gente armada de Medina en las referidas bocacalles.

Viendo esto Fonseca y a partir de aquí, Dicen los Cronistas, Antonio de Fonseca pensó hacer a los del pueblo un engaño, "no entendiendo fuese tan dañoso como resultó", y fue ello "con todo secreto mando hacer unas alcancías y arrojarlas por la calle de San Francisco y sus aledaños, pensando que los de Medina acudirían a aquellas partes a matar el fuego y desampararían los accesos y puertas para poder entrar y tomar el resto de la artillería mayor, pero esto no salió así, ya que el fuego comenzó a obrar con grandísima furia hasta toda la calle de San Francisco y lencería ardían en llamas sus casas". Los de Medina Dicen "mostraron tanto valor, que si bien vieron que mar sus casas, haciendas e hijo no se apartaron de la defensa de la artillería, peleando contra Antonio de Fonseca y los suyos arrojándolos fuera del recinto amurallado de la Villa medinense. "quedo el monasterio de San Francisco en su totalidad, con sus lonjas y almacenes llenos de mercaderías, ardieron todas las casas de la acera, desde allí, según estaban alineadas por la Rinconada y la calle de Ávila, las casas de la Rúa Nueva de ambas partes, las "cuatro calles", la calle del Pozo, la de la Plata, y así hasta unos novecientos edificios, y en ellas no se salvó siquiera un colchón, ni monedas, ni mercaderías, ni otras cosas que quedó que no se quemase". Las pérdidas mayores fueron las del convento de San Francisco, ya que mercaderes genoveses, burgaleses y segovianos habían metido en sus espaciosas lonjas grandes existencias de paños, sedas, brocados y terciopelos y nada se salvó excepto el Santísimo Sacramento con su Custodia, que tuvieron que ponerlo al resguardo "en una loma de su amplia huerta".

continúa escribiendo el Cronista y Obispo Sepúlveda, y nos dice: "con esta plaza quedó la Villa de Medina más encendida en fuego de ira que lo habían estado sus casas con el alquitrán". El Corregidor Quijada no osó esperar y huyó porque había hecho causa común con Fonseca y Ronquillo.

El pueblo comenzó a apellidar Comunidad; tomó la forma de Regimiento al igual que otras ciudades y villas levantadas, y escribió a Juan de Padilla contándole todo; "pero de quien mayor enojo tenía era de la de Arévalo, porque había llevado desde allí la gente Antonio de Fonseca. La Villa medinense escribió también a Valladolid, y al obispo-cronista nos dice: "que las tuvo en sus manos". La verdad es que el Regente Adriano sintió de verdad en el alma el daño que se había hecho a Medina, y escribió a la Villa una carta disculpándose y dando el pésame con discretas razones.

Consecuencias enormes y nefastas tuvo este criminal incendio, y una de las más importantes fue que no obstante ser Valladolid la Sede de la Regencia y del Concejo Real, movida a lástima e indignación con la Carta que los medinenses, rompió el fuego del pueblo llano y de los hidalgos vallisoletanos, y por más esfuerzos que hicieron la alta nobleza y el Regente junto al Consejo Real, pronto se armaron cinco o seis mil ciudadanos que acometieron y destrozaron las casas de cuantos pasaban por adictos a los flamencos, entre ellas y de modo principal a las de los Fonsecas y Ronquillos, cuyas cabezas principales en los sucesos del fuego de Medina; es decir Antonio de Fonseca y el Alcalde Ronquillo, huyeron precipitadamente, "a uña de caballo" y alcanzaron la frontera portuguesa, temerosos aún en Portugal, embarcaron enseguida hacia Flandes. Las tropas de Fonseca y Ronquillo fueron licenciadas por el Regente sin pérdida de tiempo. Este día en que Valladolid se levantó en Comunidad, y que fue el miércoles 29 de agosto del citado 1520, llegaron a Medina del Campo don Juan de Padilla, don Juan Bravo, y don Juan Zapata con sus gentes armadas de Toledo, Segovia y Madrid; la villa y su ciudadanía los recibió clamorosamente con sus pendones y enseñas encrespados de luto, y de ahí, hablando y por indagaciones se descubrió que el Regidor medinés Gil Nieto, había recibido una carta de Padilla, dirigida a la Villa y su Consejo apercibiéndolos de la alevosía de Fonseca y Ronquillo, y en las casas municipales que estaban frente a la parroquia de San Miguel Arcángel, donde era el consistorio de aquellos años, y estaban los regidores y gran cantidad de ciudadanos medinenses reunidos en torno a los caudillos comuneros, el tundidor Bobadilla, que había sido criado suyo, le cortó la cabeza con su espada, después de aquel teatral diálogo, y arrojó ésta y su cuerpo por la balconada. Juan de Padilla y sus partidarios estuvieron dos días en Medina y se les entregaron dos tiros de Artillería y gente de a pié, siguiendo viaje hasta Tordesillas.

El mencionado Tundidor el medinés Bobadilla, mató después a un librero apellidado Téllez y así mismo a otro Regidor llamado Lope de Vera, y él y otros exaltados derribaron las casas que en Medina tenía el arevalense Rodrigo Megía, y otros de los suyos, e hicieron también otras crueldades. Hasta aquí el Cronista".

Lo cierto es que Álvado de Lugo, Comendador de la Orden de Santiago y Señor de Villalba, Juan Gutiérrrez de Montalvo, señor de Serrada y Comendador de Ocaña de la misma Orden, Gutiérrez de Pedrosa también del Hábito de Santiago, el Dr. Buenaventura Beltrán, consuegro de Rodrigo de Dueñas, del Consejo de Hacienda del Emperador, los Fernández de Bobadilla, junto a otros familiares y deudos se fueron a sus Señoríos y pertenencias próximas saliendo de la Villa medinense, y colocándose frente a la Comunidad, abiertamente, el linaje medinés de Rodrigo de Morejón. Y también es cierto que en Medina tuvieron los Comuneros, aparte de los Morejones, y de la "espantada" de los antedichos al salir de la Villa otros contrarios a su causa y hasta enemigos declarados, no en gran número pero sí en calidad y linaje. No obstante, fueron nombrados, entre los linajes medinenses, capitanes a Pedro Torres, Luis de Quintanilla y su primogénito Alonso de Quintanilla, así como Francisco del Mercado, los cuales "manu militari" expulsaron a los Fonseca de las villas de Alaejos y Coca,. Sin embargo el castillo de Alaejos resistió tenazmente, defendido por su Alcalde Gonzalo de Vela, el cual en una salida pudo apresar al tundidor Bobadilla, al cual "dio garrote vil" exponiendo su cadáver en las almenas del castillo, vengando y haciendo justicia al mismo tiempo, la muerte, entre otros, de su pariente el regidor medinés Lope de Vera.

Después de la batalla de Villalar, aquel triste 23 de abril del año del Señor de 1521, Medina del Campo experimentó de inmediato las consecuencias del desastre comunero, y de buen o mal grado tuvo que rendir pleito homenaje al vencedor y implantar el perdón imperial. Aquí en Medina del Campo y sobre un tablado colocado en su Plaza Mayor, fueron ajusticiados los capitanes medinenses don Pedro de Torres y don Francisco del Mercado, ambos pertenecientes a sendos linajes de la Villa, así como también lo fue el licenciado Rincón y artillero Gervás. También subieron las gradas del patíbulo en esta villa siete procuradores en Cortes de los apresados en Tordesillas, entre ellos Pedro de Sotomayor, de Madrid y el segoviano Juan Solier.

Balcón Virgen del Pópulo
Balcón Virgen del Pópulo

De la carta conteniendo el llamado "Perdón general", firmada por el Emperador Carlos en Gante en Valladolid en 18 de octubre de 1521, fueron exceptuados los medinenses siguientes: Luis de Quintanilla y su hijo mayorazgo Alonso, Antonio de Montalvo, Alonso de Beldredo con otros siete vecinos y el Abad de la Colegiata de San Antolín, don Alonso García del Rincón, fundador de la Capellanía del Pópulo y su balcón-altar sito en la fechada de la S. Iglesia Colegiata. Todos éstos reos "de su Majestad" estuvieron en capilla hasta que pasado un breve tiempo después del "pendón general", fueron indultados y repuestos en sus cargos y honores por los tribunales del Rey Emperador, don Carlos I de España y Quinto de Alemania.

Pese al apoyo prestado después del incendio, de modo un tanto tardío, a la causa de las Comunidades por Medina del Campo, el Emperador Carlos V y sus Gobernadores-Regentes en sus ausencias de España, no se ensañaron con la Villa, antes bien protegieron y utilizaron sus Ferias para conseguir dinero, y don Carlos I, de España, visitó nuestra Villa, después de los sucesos aquí reseñados, cinco veces, a saber: en el mes de junio de 1523, en noviembre de 1524, noviembre de 1539, en enero de 1542, y de paso para su retiro en Yuste, después de su abdicación en Bruselas, en Noviembre de 1556, hospedándose en el Palacio de Dueñas, propiedad de Rodrigo de Dueñas.

Rindamos pues homenaje a los Comuneros Medinenses, al pueblo de Medina doto en aquellos años, que supieron mostrar al mundo el temple y la lealtad y hermandad hacia sus conciudadanos segovianos, sacrificando por su justa causa, vidas y haciendas en aras de esa fraternidad castellana en defensa de sus libertades cívicas.

Ricardo Sendino González

Cronista oficial de la Villa de Medina del Campo

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22-05-19 - La revuelta comunera de Castilla: una revolución adelantada a su tiempo

Por Bernardo Ríos

Ejecución comuneros
Ejecución comuneros

Pocos mitos españoles están a la altura de la revuelta Comunera de Castilla. Pero, ¿cuánto hay de realidad en ella? ¿Qué significó? Sin más preámbulos, comprobémoslo.

En el siglo XV, Castilla era un estado en pujanza y expansión, tanto territorial como económica. A mediados de siglo, se unió a una Corona en Aragón, en decadencia por una peste negra que se cebó con su territorio y por la pérdida de importancia de puertos como Barcelona y Valencia.

Castilla tenía cuatro millones y medio de habitantes, mientras que Aragón solo uno. El peso de la unión recayó, pues, sobre el territorio castellano.

Los grandes centros económicos de la época

En esa época había tres grandes centros económicos en el reino. Por un lado, el camino entre Burgos y Bilbao, la ruta terrestre de la exportación de la lana hacia Flandes. Por otro, Valladolid y el centro de Castilla, una zona de una amplia presencia de funcionariado estatal.

Por último, Sevilla, a mitad de camino entre Italia y sus rutas comerciales con el norte de Europa. Posteriormente, con la Casa de Contratación y el monopolio del comercio con América.

El centro peninsular queda relegado

Burgos y Sevilla están en un momento de expansión. No así el centro de la península, que se ve desfavorecido por el movimiento hacia el sur del poder económico.

Los castellanos tenían miedo, cuando Carlos I fue nombrado emperador, de que se tratara a Castilla como una mera provincia más del Imperio.

Además, se creó un gran clima de desconfianza hacia los flamencos que vinieron con el monarca, que llevaron a cabo un auténtico saqueo del tesoro castellano. La verdad es que el rey, al principio, no se tomaba muy en serio su cargo.

El centro de la península exigía una industrialización para que la lana no se fuera a Flandes, de donde volvía ya convertida en ropa con precios elevadísimos. Quería producir y transformar la lana en España, para que los beneficios de la fabricación se quedaran en la tierra.

Burgos y Sevilla, la periferia, centros de grandes comerciantes, se negaban. Así, las ausencias del rey, el poder en manos de los flamencos y, sobre todo, el asunto de la lana, hacen que comience la revuelta.

Prende la revuelta

La primera ciudad en levantarse, después de algunas revueltas en diversos puntos del mapa, fue Segovia, el 29 de mayo de 1520. Le siguieron Zamora, Burgos, Guadalajara… la revuelta era imparable, pero todos aguardaban la reacción de la más importante en Castilla la Vieja, donde se encontraba la Cancillería Real: Valladolid, que acabó adhiriéndose al levantamiento.

Tras una primera reunión en Ávila, la Junta se concentró en Tordesillas, donde estaba encerrada Juana la loca, con el objetivo de recibir su apoyo. No lo consiguieron. Cuando el ejército real los echó de Tordesillas, la junta pasó a Valladolid.

Es importante notar que esta revuelta fue un fenómeno de Castilla, el Reino de Toledo y el Reino de León, es decir, del centro peninsular, excepto Murcia, aunque esta se unió de una manera un tanto especial.

La Junta como representante del pueblo

La Junta decidió algo que hasta ese momento era impensable en Europa, y he aquí la verdadera importancia de la Revolución de las Comunidades de Castilla: en adelante, la Junta sería un representante democrático del Reino, que ostentaría el poder por apoyo popular por encima del rey.

Clausuraron las Cortes y se proclamaron gobierno legítimo del país. Al poco tiempo, la protesta llega al campo, donde se impregna de elementos antiseñoriales. Así, los bandos quedan al final constituidos en ciudades y campo, pueblo llano, pequeños señores y pequeños burgueses contra alta nobleza, grandes burgueses y monarquía.

Después de toda la guerra, explicada mejor en este artículo, solo resisten Madrid y, sobre todo, Toledo, donde María Pacheco organiza una férrea resistencia por la que es recordada como “la última comunera”. Cuando ella murió, murió también el movimiento.

Una revolución muy moderna

Como indiqué anteriormente, la revuelta fue de clase media y baja, la aristocracia y la alta burguesía estaban en contra de los comuneros, salvo contadas excepciones. A nuestros ojos parece una revolución muy moderna. Y eso a pesar de que el término revolución no fuera empleado hasta el siglo XIX.

No obstante, algunos historiadores la han visto como los últimos latigazos de un sistema feudal en decadencia, la única forma de luchar contra el creciente poder del rey.

No obstante, no es justo quitarle el valor revolucionario. Durante los años 1520/1521, en las ciudades comuneras el gobierno era democrático.

Un gobierno de base democrática

Así, tenían asambleas de barrio que trataban los asuntos municipales y también los estatales. Las ciudades hacían consultas a sus ciudadanos y estos tenían la sensación de estar, de verdad, participando en el gobierno.

En la junta de cada ciudad había representantes de todos los estamentos, pero solo los diputados, dos por cada barrio elegidos de forma democrática, tenían derecho a votar las decisiones. Es realmente asombroso que estemos hablando del siglo XVI.

Respecto a la junta nacional, limitaría el poder del monarca con el fin de que este no usara los bienes del estado en motivos personales, como de hecho ocurrió. Cada ciudad enviaba tres delegados, uno de cada estamento, elegidos democráticamente.

Ella era la responsable del gobierno, y no el rey. Estamos hablando de que la intención de estos revolucionarios era crear una monarquía parlamentaria democrática en el siglo XVI. Es, verdaderamente, increíble.

Fueron conscientes de usar la palabra comunidad como representación del pueblo, del oprimido. Comunero era, en cierto sentido, lo opuesto a caballero. Por primera vez se puso al pueblo por delante del rey, el bien de la generalidad del país estaba por encima de los caprichos del monarca.

Por esto, la comunera podría ser considerada como la primera revolución moderna de Europa.

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