Vista panorámica de Medina del Campo
Villa histórica, monumental, escultórica y paisajística
Villa de las Ferias

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HISTORIA DE LAS FERIAS DE MEDINA DEL CAMPO

Anagrama Museo de las Ferias

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ORIGEN DE LAS FERIAS

Fachada principal del Museo de las Ferias de Medina del Campo
Fachada principal del Museo de las Ferias de Medina del Campo

El inicio del comercio despertó paralelamente al despegue de la vida urbana. El renacimiento de las ciudades, y con ellas la producción de manufacturas y de las prácticas mercantiles, puede fecharse, con carácter generalizado, para la Europa cristiana posterior al año mil, dentro de sus esferas rurales. Posteriormente se desarrolló un comercio de un radio más amplio, cuyos protagonistas fueron los mercaderes viajantes que se desplazaban de un lugar a otro llevando consigo sus productos en sus propias alforjas o carros.

Mapa ampliable. Plano de ubicación de las plazas de cambios y las ferias genovesas
Mapa ampliable. Plano de ubicación de las plazas de cambios y las ferias genovesas (ampliable)

Este comercio interregional sufría de innumerables obstáculos, físicos como el deterioro de las viejas vías romanas, otros humanos como los peajes que los señores feudales cobraban a éstos por atravesar sus territorios, pero también el ser asaltados por los bandidos.

En otro orden de cosas fue un importante estímulo al comercio el crecimiento de las acuñaciones monetarias.

Con la expansión de esta actividad comercial comenzó el desarrollo de las ferias. Quiere decirse, encuentros de mercaderes en fechas prefijadas en lugares señalados. Sus inicios a nivel europeo dieron lugar en la región francesa de Champagne, surgiendo también en diversas villas y ciudades de nuestra tierra hispana con conexión regional.

El periodo más floreciente del mercado itinerante transcurrió entre los siglos XI y XII. No obstante, otros nuevos instrumentos daban un nuevo giro al comercio, los préstamos, la letra de cambio, la banca y las compañías mercantiles anunciaban una nueva era, lo que implica el cambio de todo este proceso, de ser comercio itinerante , característica de estos siglos a otro sedentarios, vislumbrándose una nueva mentalidad al final del medievo, prácticas capitalistas. El espíritu de acumulación, reinversión del capital y la búsqueda del provecho propio, dan impulso a una nueva experiencia, la contabilidad y la correspondencia mercantil.

De esta forma cambia el curso de las ferias del pasado, las cuales caen en declive como las de Champagne. Por el contrario, a partir de aquí surgen las pujantes ferias en toda Europa, las de Amberes, Ginebra, o las de Lyón, donde ya podemos incluir las de Medina del Campo, creadas a comienzos del siglo XV por Fernando de Antequera, entonces, señor de la villa.

Espectacular fue el crecimiento que en apenas unos años ya contaba entre las ferias principales de toda la Corona de Castilla.

-Rollos de las antiguas ferias- Monumento a la letra de cambio, en la Plaza Mayor, lugar  en que se supone se firmó la promera letra de cambio,  hoy en el Museo de las Ferias de Medina del Campo.
-Rollos de las antiguas ferias- Monumento a la letra de cambio, en la Plaza Mayor, lugar en que se supone se firmó la promera letra de cambio, hoy en el Museo de las Ferias de Medina del Campo.

Pero Tafur, viajero por toda la Europa durante los años 1436 y 1439, se manifestó diciendo que las Ferias de Medina del Campo se podrían comparar con las de Amberes. Ya en 1491 los Reyes Católicos otorgan una disposición en la que conceden la consideración a Medina del Campo como Ferias Generales del Reino.

Junto con la excepcional ubicación de Medina del Campo, como uno de los centros geográficos de la Península, era el punto natural de reunión de los mercaderes itinerantes que venían a comprar y vender, cruce de unión de caminos procedentes de Burgos, Toledo y Portugal. El crecimiento de la economía de Castellana, en el curso del siglo XV, contribuyó excepcionalmente a potenciar las ferias medinenses, las cuales, y durante 50 días de duración cada una, se celebraban en torno a los meses de mayo y octubre dándole un carácter internacional. A Medina del Campo acudían, junto a los hombres de negocios de Castilla, los mercaderes de Navarra y de Aragón, franceses, italianos flamencos y portugueses.

La variedad de productos expuestos en las ferias era espectacular, vinos, aceites y condimentos como alimento; perlas, telas y brocados, destacándose el papel desempeñado por Medina del Campo en la contratación de lanas, el mercado más importante y próspero de Castilla entre los años, 1514 y 1573.

El mercado de capitales donde se negociaba principalmente con letras de cambio, respondiendo al modo de las ferias modernas, separándose ya del tipo del comercio practicado en el Medievo, alcanzando el cenit en el siglo XVI, época en la que destacó Simón Ruiz Envito y Virues como mercader y banquero, personaje muy importante en Medina del Campo.

Durante la mayor parte del siglo XVI la forma más normal del préstamo era la letra de cambio a corto plazo. Eses hecho era debido a que desde el punto de vista teórico, el tomar dinero prestado era tremendamente difícil para un país católico como España.

Para esquivar esta prohibición se creó un sofisticado sistema de crédito alrededor de la letra de cambio, medio legítimo y necesario para asegurar la liquidez a nivel internacional. La letra de cambio exigía dos pagos sucesivos, en lugares diferentes y en los que deberían intervenir cuatro personas. En Medina del Campo, por ejemplo, el capitalista o prestamista, denominado entonces, dador, daba un anticipo a un prestario o tomador (actual librador) y recibía de aquél una letra de cambio que debería cobrar en otra ciudad extranjera.

Cuando, por ejemplo, la letra llegaba a Amberes, el corresponsal del prestamista la presentaba al cobro ante el prestario o su corresponsal, quien debía aceptarla y pagarla de forma inmediata.

Según los entendidos, para que una letra tuviera validez requería dos condiciones: que existiera distancia, es decir, que el pago se llevase a cabo en plaza diferente a aquella en que se había emitido y que fuera necesario el cambio de una moneda a otra

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MERCADERES Y CAMBISTAS. NOTA A LA EXPOSICIÓN

La presente exposición sobre las célebres ferias de Medina del Campo marca el comienzo de un proyecto museográfico permanente, que quiere tener como argumento fundamental aquellos encuentros comerciales y financieros que hicieron de esta villa una de las principales capitales económicas de Europa, durante el paso de los tiempos medievales a los modernos.

Cambista
Cambista

Bajo el título de Mercaderes y Cambistas, se ha reunido un conjunto de piezas originales artesanales y artísticas de muy diversa procedencia, junto con un cuidado repertorio de documentos históricos manuscritos e impresos, con el propósito de formar un testimonio fidedigno de lo que un día fueron las principales producciones comerciales y las formas de trato y cambio de las más importantes ferias castellanas de los siglos XV y XVI. Es éste el argumento básico de la muestra, quedando pendientes para ocasiones venideras otros aspectos tan atractivos y sugerentes como el escenario urbano donde se desarrollaron, los nombres propios de quienes las fundaron o engrandecieron, las sucesivas etapas históricas que conocieron o su resonancia nacional e internacional.

Bordadores
Bordadores

El primero de los capítulos propuestos es el que se refiere a los encajes y textiles. Una serie de piezas representativas recuerdan la importancia de las telas y los paños en el conjunto de las mercancías comerciadas en el tiempo de ferias. Cabe recordar al respecto que bajo el reinado de los Reyes Católicos, Medina del Campo fue uno de los más importantes centros de contratación de tapices, sobre todo de los procedentes de los cotizadísimos talleres flamencos de Bruselas, Brujas o Amberes. Asimismo, los brocados, encajes, bordados y "tejidos ricos" realizados en muy diversas técnicas, constituyeron otros de los productos fundamentales del comercio textil de entonces. El extraordinario tapizcon escenas bíblicas recogido en la exposición es un buen ejemplo de las nuevas composiciones renacientes donde el pasaje narrado se enmarca en una abigarrada orla repleta de escenas menores; del mismo modo, la selección de encajes de procedencia castellana -puntas segovianas, anillados de Valladolid, etc.- de Milán o de Flandes, puede calificarse de excepcional.

Platero
Platero

Respecto a la platería y joyería, Medina del Campo fue, durante la segunda mitad del s.XVI, uno de los principales focos castellanos. Sin llegar a la altura de las producciones de la capital vallisoletana, los artífices medinenses, instalados en la acera de la Joyería de la Plaza Mayor y en la calle de la Plata, hacían gala de su excelente técnica en piezas tan singulares como la custodia procesional de la Colegiata de San Antolín, mandada dorar por el Concejo en 1562; el cáliz de la hoy cuatro veces centenaria cofradía de la Virgen de las Angustias, o la espectacular cruz procesional que el platero medinense Alonso Román hiciera para la parroquial de San Pedro de Alaejos.

Custodia procesional de la Iglesia Colegiata de San Antolín

Entre la producción foránea representada en este capítulo de la muestra destacamos dos excelentes piezas: la cruz relicario en cobre sobredorado que donara a la Colegiatasu primer Abad, Juan Ruiz de Medina, obra italiana absolutamente desconocida, y un cáliz con esmaltes de procedencia francesa donde aparecen las armas de otro medinense ilustre, Fr. Lope de Barrientos, quien lo donará al hospital de la Piedad que él mismo fundara en su villa natal. De otra parte, dos campanillas "de Malinas", localidad belga de la región de Babante, nos recuerdan la Medina comercial desde donde se distribuían millares de ellas hacia toda la Península.

<Lazarillo de Tormes
Lazarillo de Tormes

La imprenta de Medina del Campo ocupó un lugar destacadísimo durante el siglo XVI, no sólo como centro tipográfico sino también como ciudad de asiento de encuadernadores, libreros, editores y distribuidores. Hay quien ha llegado a decir que buena parte del centro urbano de Medina era un inmenso almacén de papel y libros impresos destinados a los mercados de Europa y el Nuevo Mundo. En la presente ocasión, más que atender a obras literarias de primera magnitud -aunque realmente las escogidas lo sean- impresas en la villa en aquella centuria, ha prevalecido el criterio de seleccionar ediciones representativas de los más importantes tipógrafos medinenses, entre otros: Guillermo y Vicente de Millis; Francisco, Santiago y Mateo del Canto, Cristóbal Lasso Vaca,...; sus impresiones, ornamentadas con bellísimos grabados que aparecen en los frontispicios, nos muestran la calidad que llegaron a alcanzar. De otra parte, se recoge en la exposición quizá la más importante edición de la imprenta medinense del siglo XVI: la versión medinense del Lazarillo de Tormes, de 1554, descubierta hace muy pocos años en el municipio extremeño de Barcarrota.

Cofre de Isabel la Católica
Cofre de Isabel la Católica

De suma importancia eran los muebles donde transportar o conservar los productos y mercancías comerciados en las ferias; de aquí que se considerara oportuno dedicar un capítulo a las diferentes tipologías de arcones, cofres y arquetas. Las piezas que pueden contemplarse son todas ellas sumamente singulares. Citemos, entre otros, los difundidos cofres "portamisales", las arquetas encoradas llamadas "de Flandes", utilizadas sobre todo para el transporte de lienzos y géneros textiles; las indestructibles cajas fuertes de procedencia alemana, provistas de una complicada cerrajería; o los grandes arcones de nogal, a veces, como en esta ocasión, transformados en muebles limosneros.

Quizá uno de los capítulos más atractivos de la exposición sea el dedicado a las artes plásticas. El conjunto de obras reunidas con la intención de mostrar el activo comercio de obras artísticas en las ferias de Medina del Campo, puede ser calificado de extraordinario. Obras de gran calidad como, entre otras, los trípticos flamencos de la Sagrada Familia (Marcellus Coffermans) y el del Descendimiento (Ambrosius Benson y Antonio Vázquez), o el grupo escultórico de La Piedad (Juan de Juni), nos acercan, junto a los nombres de estos grandes maestros, los de figuras tan representativas y diferentes de la historia de las ferias medinenses como, respectivamente: Simón Ruiz, el abad García del Rincón o Francisco de Dueñas. Con ellas, otras piezas procedentes de talleres locales ponen el contrapunto del repertorio destinado a un comercio más popular y accesible.

El mercado del dinero -la banca y los tratos- es, a buen seguro, el que concede a las ferias de Medina del Campo su carácter internacional. Andrea Navagiero dejaba constancia en su libro de viajes que "la feria de Medina es muy abundante de diversos géneros, pero los principales negocios que en ella se hacen son los cambios". La selección documental que puede contemplarse en este último capítulo de la exposición -procedente del monumental Archivo de Simón Ruiz- da buena muestra de la proyección alcanzada por las actividades financieras de los cambistas llegados a la villa en tiempo de ferias, procedentes de las grandes plazas europeas -Génova, Amberes, Lyon, Florencia o Lisboa-. Letras de cambio, protestos, cartas de poder, liquidaciones de cuentas, asientos, libros de ferias, memoriales de pleitos,... son algunos de los documentos reunidos con este propósito, en los que aparecen grandes personajes del mundo de las finanzas europeas de entonces, como los de los banqueros Palavicini, Iunta, Fucar, Strozzi, Spinola... junto a los principales de la saga de los Ruiz -Simón, Vítores y Cosme-. El recuerdo expreso a la figura del gran mercader banquero no podía faltar en el ocaso del cuarto centenario de su muerte; su retrato y el de su segunda mujer, Mariana de Paz, su testamento y el acta fundacional de su más importante obra, el Hospital General, son piezas insustituibles en una muestra de este tenor.

Como colofón a este breve recorrido por los contenidos de la exposición, cabe reseñar como excepcional, la oportunidad de poder contemplar por vez primera el retablo de la Virgen del Pópulo en la cercanía y fuera de su marco habitual en el balconcillo plateresco que mira a la gran Plaza Mayor medinense. Es bien sabido que desde esta capilla abierta, levantada en la fachada principal de la Colegiata, se oficiaba la misa dirigida a los feriantes sin que éstos tuvieran que abandonar sus tiendas; de aquí que esta imagen de Nuestra Señora se haya convertido, con el paso de los siglos, en uno de los principales símbolos de los encuentros feriales de Medina del Campo, definidos certeramente como "un concurso inmenso de gentes de todos los países, donde se hablan multitud de idiomas, donde podía estudiarse lo mismo la indumentaria y las maneras y procederes del persa que del flamenco, del inglés que del italiano, del catalán o mallorquín o gallego; del rufián, del ladrón en cuadrilla y de los pordioseros; donde bajo el mismo golpe de vista podían apreciarse genios y caracteres tan distintos, modos de contratar tan opuestos, gentes de crédito verdadero y timadores con más o menos arte y fortuna, donde todo esto ocurría...".

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DEL MERCADO MEDIEVAL A LAS FERIAS MODERNAS

Crínoca de don Álvaro de Luna
Crínoca de don Álvaro de Luna

La "Crónica de Don Alvaro de Luna" pone de manifiesto, en referencia al año 1450, la importancia que, por aquellas fechas, habían alcanzado las ferias de Medina del Campo: "E como en aquel tiempo fuese la feria de Medina del Campo a la cual suelen venir e concurrir a ella grandes tropeles de gentes de diversas naciones asi de Castilla como de otros regnos...(se pidió al rey de Castilla, Juan II, que, en compañía de la reina, fuera a visitar la feria)...a ver el tracto e las grandes compañas e gentio e asi mismo las diversidades de mercaderías e otras universas cosas que ende habia". El rasgo más significativo que destaca de este texto es el carácter internacional que tenían las mencionadas ferias.

Ahora bien, la situación existente a mediados del siglo XV era la consecuencia de un largo efectuado en el transcurso de los tiempos medievales en lo que se refiere al desarrollo del comercio. La actividad mercantil, en los albores del Medievo, era muy reducida. Asimismo la escasez de numerario explica que, con frecuencia, se practicase el puro y simple trueque. El intercambio de mercancías, en la época altomedieval, se limitaba a aquellos ámbitos en los que resultaba imprescindible para la vida cotidiana.

El despertar del comercio fue un acontecimiento paralelo al despegue de la vida urbana. Sin duda en los tiempos del Imperio carolingio se atisban síntomas de renovación en ese campo, pero el renacimiento de las ciudades, y con él de la producción de manufacturas y de la práctica mercantil, puede fecharse, con un cierto carácter generalizador para el conjunto de la Europa cristiana, con posterioridad al año mil. Pronto comenzó a dibujarse una esfera de comercio entre los incipientes Burgos y sus áreas rurales circundantes. Pero también se desarrollaba un comercio de más amplio radio, en el que los protagonistas por excelencia eran los denominados "pies polvorientos", es decir los mercaderes que iban con sus productos de un lugar a otro. Ni que decir tiene que ese comercio interregional tropezaba con numerosos obstáculos, unos físicos, como el deterioro de las viejas vías romanas, otros humanos, en particular los peajes que los señores feudales cobraban a los comerciantes por atravesar sus dominios, pero también los riesgos de ser asaltados por bandidos. Mas en otro orden de cosas fue un importante estímulo al comercio el incremento de las acuñaciones monetarias.

Con la expansión de la actividad mercantil comenzaron a desarrollarse las ferias. Se trataba de encuentros de mercaderes en fechas fijas y en lugares señalados. Las más importantes, a nivel de la Europa cristiana, fueron las de la región francesa de Champagne. Pero también surgieron ferias en diversas ciudades y villas de tierras hispanas, generalmente por concesión regia. De todas formas el período comprendido entre los siglos XI y XIII puede considerarse como la época dorada del mercader itinerante. No obstante, el desarrollo de nuevos instrumentos, como la letra de cambio, los progresos del préstamo y la génesis de la banca o la constitución de compañías mercantiles anunciaban una nueva era por lo que al comercio se refiere.

En los últimos siglos de la Edad Media se produjeron importantes novedades en el mundo del comercio, que afectaron tanto al transporte como a las técnicas mercantiles. Esto explica que habitualmente se hable, aunque la afirmación resulte un poco simplista, del paso de un comercio itinerante, característico de los siglos XI al XIII, a otro sedentario. Por otra parte se vislumbran en el período final del Medievo los primeros síntomas de una mentalidad y de unas prácticas de carácter capitalista. De ello darían cuenta la creciente complejidad que revestían tanto el crédito como la banca, pero también la búsqueda del provecho, el espíritu de acumulación o la reinversión del capital. De ahí el impulso que experimentó la correspondencia mercantil o la aparición de la contabilidad por partida doble.

Las novedades apuntadas rápidamente afectaron a la actividad mercantil. Las ferias del pasado, como las de Champagne, entraron en declive. Por el contrario surgieron nuevas y pujantes ferias en toda la Europa cristiana, tales las de Amberes, las de Ginebra o las de Lyón. En este capítulo hay que incluir también, sin duda alguna, a las de Medina del Campo, creadas a comienzos del siglo XV por Fernando de Antequera, a la sazón señor de la villa. Su crecimiento fue espectacular, lo que explica que apenas unos años después de su nacimiento ya contaran entre las principales de toda la corona de Castilla. El viajero Pero Tafur, que recorrió buena parte de Europa entre los años 1436 y 1439, comparaba a las ferias de Medina con las de Amberes. En 1473, un documento emanado de la cancillería de Enrique IV hablaba de "la nuestra feria de Medina". Y en 1491 una disposición de los Reyes Católicos otorgaba la consideración de ferias generales del reino a las que se celebraban en Medina del Campo.

La protección regia tuvo mucho que ver en el auge de las ferias de Medina del Campo. Pero también fue un factor positivo la excepcional ubicación de la villa, lugar en donde confluían los caminos procedentes de Burgos, de Toledo y de Portugal. El crecimiento experimentado por la economía castellana en el transcurso del siglo XV, por su parte, también contribuyó sobremanera a potenciar las ferias medinenses. No obstante, lo más significativo de dicho evento, que se celebraba a lo largo del año en dos fases bien diferenciadas, una en torno al mes de mayo y otra en torno al de octubre, con unos 50 días de duración para cada fase, era su carácter internacional. Junto a los hombres de negocios de la propia corona de Castilla acudían a Medina del Campo mercaderes de la corona de Aragón, de Navarra, portugueses, franceses, flamencos o italianos (en particular florentinos y genoveses). La diversidad de productos que había en las mencionadas ferias era espectacular, desde alimentos, como vinos, aceites o especias, hasta productos de lujo, tales perlas o brocados. Pero lo más importante fue el papel desempeñado por Medina del Campo en la contratación de lanas, así como en el mercado de capitales, en donde se negociaban ante todo letras de cambio. Las ferias de Medina del Campo, por lo tanto, respondían plenamente al modelo propio de las ferias modernas, muy alejadas del tipo de comercio practicado en siglos anteriores del Medievo. Por lo demás las ferias de Medina del Campo alcanzaron sus cotas más altas en el siglo XVI, época en la que vivió su más destacado mercader-banquero, Simón Ruiz Envito.

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LA SOCIEDAD DE MEDINA DEL CAMPO AL FINALIZAR LA EDAD MEDIA

¿Cómo era Medina del Campo al finalizar la Edad Media?

En ese momento sus ferias no sólo se habían asentado, sino que habían alcanzado un éxito sin precedentes en toda la corona castellana, de tal manera que puede afirmarse que habían convertido a esta villa en uno de los centros económicos más importantes del reino. Su activa vida mercantil atrae a multitud de forasteros, mercaderes en su mayor parte, que acuden al llamado de los prósperos negocios que pueden realizar en el interior de sus muros. Y esta población flotante hace cambiar el ritmo y el aspecto de la villa: Abundan las tiendas y las casas de aposentamiento; en dos momentos precisos del año, en mayo y octubre, cuando se celebran las ferias, su amplia plaza se llena de tendejones, al tiempo que se animan los distintos ángulos reservados a los más diversos oficios y productos; y sus calles, generalmente más animadas de lo habitual en otros núcleos de población similares, conocen a diario un abigarrado trasiego de personas, animales y mercancías, que en su constante ir y venir llenan el aire de un potente rumor de pasos, voces y otros ruidos.

Al final de la Edad Media, Medina del Campo es, en fin, una villa próspera, populosa y animada. Todo ello, evidentemente, se debe a la acción de sus habitantes, que con una precisa política, dirigida desde el concejo, han sabido aprovechar las favorables circunstancias que se les han presentado. Pero ¿Quiénes y cómo eran estos medinenses?.

Hasta 1492, tres comunidades confesionales conviven al amparo de los muros de la villa: judíos, musulmanes y cristianos. Hasta esa fecha, y a pesar de su progresiva marginación, se desarrolla en Medinauna próspera comunidad judía, que aunque tiene limitada su capacidad de movimiento, está lo suficientemente arraigada en la vida local como para que alguno de sus miembros, después de haber emigrado a Portugal tras la expulsión, decida convertirse al cristianismo y volver a su tierra natal.

Menos problemas que los judíos tienen los musulmanes. Estos son relativamente numerosos, y se dedican en general a actividades artesanales, destacando su presencia en el sector de la construcción. Diez años después que los judíos, también los mudéjares tendrán que optar entre la conversión o el exilio, pero hasta ese momento su integración en la vecindad de Medina fue mucho mejor y menos problemática que la de aquéllos.

Pero estos dos grupos no representan más que una mínima parte de la población medinense, que está constituida en su inmensa mayoría por la comunidad cristiana. En ésta, las circunstancias que separan a unos de otros son de tal naturaleza que se impone su presentación prestando atención a las dos clases predominantes que la integran. En efecto, dejando de lado a los pobres, criados y esclavos, nos encontramos con "el común" y "la oligarquía".

La inmensa mayoría de los vecinos de la villa integran el común. Sus miembros se autodenominan "exentos" a pesar de que tienen que pagar algunos tributos que el concejo, con permiso real, exige en ocasiones (sisas). Por supuesto, disfrutan de las ventajas de vivir al amparo de los muros, protegidos por el gobierno local, pero no pueden participar en ese gobierno, es decir están apartados de los cargos de poder, del concejo, lo que disminuye notablemente su capacidad vecinal.

Entre los integrantes de este grupo podemos encontrar desde pequeños comerciantes hasta campesinos, pasando, claro es, por los más diversos sectores artesanales. Y también podemos encontrar muy diferentes situaciones económicas. En este aspecto destacan de forma muy clara algunos de ellos, que cuentan con una muy buena posición económica, es decir con importantes recursos de todo tipo.

Precisamente, estos miembros del común notablemente enriquecidos, constituyen un pequeño grupo de medineses, que sin poder llegar hasta las esferas del poder establecido, intenta hacer valer sus intereses, e incluso en algún caso equipararse con la oligarquía.

La progresiva constitución de ese grupo de vecinos con una situación económica lo suficientemente sólida como para aspirar a rivalizar con la clase superior, pero sin capacidad real para ponerse a su altura, provoca una serie de desajustes en la organización de la estructura social tradicional de la villa. A través de esos desajustes este grupo se va constituyendo como clase; y, a la vez que toma conciencia de su propia personalidad y especificidad, intenta participar activamente en el poder, y especialmente controlar a quienes lo ejercen: la clase dominante.

La oligarquía está integrada por elementos procedentes de la pequeña nobleza local tradicional, a los que se unen otros individuos y familias surgidos de las filas de los más destacados vecinos, que se han enriquecido fundamentalmente a través de la actividad comercial. Considerando globalmente los ingresos de los miembros de esta clase, el comercio no ocupa un lugar excepcional; no obstante la actividad mercantil es para todos ellos una importante fuente de recursos, tanto por lo que obtienen de su práctica directa, como por lo que consiguen extraer indirectamente a través de la fiscalidad. La propiedad territorial y la ganadera, así como el poder señorial, los cargos y las mercedes reales siguen teniendo una gran importancia para los componentes de la más alta clase social de Medina del Campo; clase que está organizada en linajes, y que cuenta con los medios necesarios para imponerse sobre el resto de los vecinos, mediante el control del concejo.

En efecto, al finalizar la Edad Media, la oligarquía medinense domina claramente el máximo órgano de gobierno local, el concejo. Los siete linajes se reparten los cargos del mismo, tanto los regimientos como las escribanías y los oficios menores. Desde esa posición privilegiada orientan y organizan la política a seguir según su propio interés, y por eso no es infrecuente encontrar actuaciones que so color del bien común de la villa benefician fundamentalmente a los miembros de los linajes. Vamos a verlo en varios ejemplos concretos relacionados con la prevención de los incendios, ya que éstos representan el más grave siniestro que cualquier núcleo urbano medieval podía sufrir.

Medina del Campo se ve afectada por los rigores del fuego repetidas veces, en especial en los años finales del siglo XV. De esta época, el primer incendio destacable se produjo el 23 de febrero de 1479, fecha en la que ardieron diez casas de la cerería. Más importante que éste es el de 1491: provocó importantísimas pérdidas en el área mercantil, hasta el punto de hacer peligrar les reuniones feriales, sobre todo cuando catorce meses más tarde, el 7 de septiembre de 1492 se repite el siniestro. Años después, en 1498, se declaró otro incendio de gran magnitud, teniendo que ser derribadas algunas casas para atajarlo. Y, como es bien sabido, durante la guerra de las comunidades, Medina del Campo ardió en el mes de agosto de 1520.

La explicación de la frecuencia del siniestro podemos encontrarla en toda una serie de circunstancias características de los núcleos urbanos bajomedievales. En primer lugar, la propia aglomeración de personas, animales y objetos varios, en especial cierto tipo de mercancías (desde las telas a las especias); todo ello hace inevitable los accidentes y favorece la propagación posterior del fuego. También hay que tomar en consideración las propias circunstancias urbanísticas de Medina, donde las casas parecen apoyarse unas sobre otras directamente, sin ninguna medianía. Y a todo esto hay que sumar el material de construcción por excelencia: la madera. Ante esta situación, el objetivo prioritario para todos los vecinos era evitar en lo posible que se declarase un incendio. Por ello, en 1492, el concejo de la villa toma diversas medidas con ese fin.

Una de las primeras cosas que hace es obligar a los albarderos a trasladar sus talleres; la mayor parte de éstos estaban en San Francisco, y ahora tienen que instalarse en una zona alejada del centro, entre la cerca vieja y el Zapardiel, junto a la antigua judería. Es decir se les expulsa del centro neurálgico medinés y se les obliga a establecerse en un área marginal. La medida es importante, pero lo que la hace aún más llamativa es que de momento no se adopten otras semejantes: por ejemplo, hay que esperar hasta 1516 para que se prohíba la existencia de hornos de cerámica en el espacio intramuros comprendido entre el Zapardiel y la Plaza. Quizá la explicación podría encontrarse en el mayor número de albarderos con respecto a los otros oficios peligrosos, y en la mayor peligrosidad de este oficio. Pero no hay que olvidar (y me atrevería a decir que esta fue una de las causas fundamentales de tal decisión) que el interés del concejo y la corona se centra especialmente en preservar las ferias y los intereses mercantiles, y por tanto el área central de la villa, donde se ubica la calle de San Francisco, en la que hasta el traslado estaban instalados los albarderos. Estos se vieron afectados, y perjudicados al ser relegados a un lugar secundario y alejado del centro, en pro de un interés colectivo, sin duda, pero también del interés específico y puntual de un sector vecinal, los grandes comerciantes y los miembros de los linajes, situados a la cabeza de la jerarquía social medinense.

El segundo objetivo de la política antiincendios es el de procurar que, si el siniestro se produce, alcance las menores proporciones posibles. Con este fin se toman una serie muy variada de medidas tendentes a incrementar la eficacia de las labores de extinción, así como a favorecer una acción rápida en este sentido.

Para "no dejarse sorprender" por el fuego y reaccionar contra el mismo lo más pronto posible, las ordenanzas de 1492 establecen un sistema de velas pagados por el concejo. Pero curiosamente estas velas no actúan en todo el perímetro murado, sino solamente en la zona central del mismo, en el área comercial.

Con el fin de acelerar la intervención vecinal en las tareas de extinción, los vecinos están obligados a tener en sus casas sogas y herradas llenas de agua. Por la misma razón se procura facilitar el abastecimiento de agua, y en esta empresa encontramos de nuevo una actuación favorecedora del centro comercial, y por tanto de los intereses de quienes allí viven y tienen sus negocios. Las ordenanzas se ocupan de que los pozos se mantengan en buen estado, pero como esto es insuficiente para el centro mercantil, se intenta mejorar en ese área el servicio de fuentes públicas. Se construye una en el Corral de Bueyes; en 1492, tras el incendio, los reyes autorizan al concejo para que lleve un caño a la plaza; y además se instala otra fuente en un lugar cercano, frente a la cárcel, en la zona de la iglesia de San Miguel y las casas concejiles, es decir del otro lado del Zapardiel, pero en el espacio ocupado por el máximo órgano de poder político, y allí donde se encuentra el más importante paso del río hacia la plaza, el puente de San Miguel. Precisamente con esta obra vuelve a ponerse de manifiesto que, so color del bien común, el concejo favorece a unos en detrimento de otros: este caño de la cárcel se consigue mediante el traslado de uno de los dos con que contaba San Nicolás, es decir reduciendo el abastecimiento de agua de una zona no privilegiada; lógicamente los vecinos de ésta protestan, pero es en vano.

Por último hay que llamar la atención sobre la construcción de cortafuegos de fábrica exenta de ladrillo y cal entre las viviendas. Esta medida se adopta también a raíz del incendio de 1491, y no es más que un intento de aislar las casas por bloques de tres o cuatro. Parece que se planeó una tapia principal con algunos atajos secundarios, pero siempre en el centro neurálgico de la villa, zona de la Rúa y San Francisco.

Es decir, todas las medidas de carácter urbanístico, tomadas en torno al problema de los incendios, apuntan a una actuación sesgada del concejo a favor del centro urbano y de la oligarquía local, que tiene intereses en esa zona. Ante estas medidas discriminatorias, no falta la resistencia del común, pero, a pesar de todo, el interés mercantil y de los linajes se impone sobre el del resto de los vecinos.

Para concluir, puede decirse que nos encontramos en Medina del Campo, al finalizar la Edad Media, con una sociedad compleja, a cuyo frente se encuentra una oligarquía organizada en linajes, que controla el concejo; desde esa posición orienta la política de la villa en su propio beneficio, lo que en ocasiones choca con los intereses del común y de ese sector enriquecido del mismo, que empieza a perfilarse como una nueva clase social. A este núcleo social predominante (y dominante) se suman (e inciden en la vida de la villa) los transeúntes (en especial los comerciantes que acuden a sus ferias), los criados, esclavos y pobres, y las dos minorías ya mencionadas de judíos y musulmanes.

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FERIAS, CULTURA Y RELIGIOSIDAD

Las ferias -al menos las ferias de la envergadura de las de Medina del Campo en sus largos buenos tiempos- tenían que ofrecer variados y múltiples servicios para satisfacer la demanda variada y, a pesar de las apariencias, imprescindible en el siglo XVI y en la agitada actividad de los cambios, tratos y contratos. Estos servicios no son difíciles de imaginar. Vamos a fijarnos en dos de esas otras necesidades y actividades: la oferta cultural y la de lo religioso.

LA CULTURA

Se ignora el grado de alfabetización en Medina del Campo, como se ignora el de prácticamente todos los sitios, dadas las dificultades que existen para averiguarlo en siglos pretéritos. De todas formas, la mayoría de los medinenses y casi la totalidad de las medinenses tenían que ser analfabetas. Leer, escribir y contar era algo minoritario, si bien en la villa, y dadas las dedicaciones de buena parte de su población, esta minoría podía ser menos reducida que en otros lugares. Incluso los mercaderes y las autoridades municipales actuaron como estimulantes de la enseñanza y de la escolarización.

Había maestros de primeras letras, como era de esperar, y el censo de población de 1561 habla de seis maestros de niños. De niños que no eran hijos de padres económica o socialmente bien dotados, que disponían de otros medios de instrucción. También se encargaron de esta enseñanza elemental los jesuitas pero pronto decidieron abandonarla por no tener tiempo ni lugar ni maestros suficientes para enseñar tales rudimentos. La institución más peculiar, y entonces la más moderna, encargada de de enseñar primeras letras (y primeros oficios fue la de los "doctrinos".

"Los niños de la doctrina" eran una realidad ya cordial en las ciudades castellanas a mediados del siglo XVI. La experiencia había partido de Andalucía, y la finalidad de estos centros entre colegio y reformatorio se cifraba, en primer lugar, en la prevención del peligro social y sanitario que suponía tanto niño libre, adventicio de no se sabía dónde en tantos casos, "desabrigados y vagabundos"; de forma subordinada, pero no accidental, en la enseñanza de primeras letras y en la formación para los oficios. Las Cortes de Castilla celebraban el éxito de estos recogimientos de niños pobres, casi siempre huérfanos, delincuentes potenciales, al comprobar cómo en el sur "dicen haber menos latrocinios que solía". Y las ciudades castellanas se fueron poblando de doctrinos, que, además de aprender la doctrina cristiana y de catequizar por calles y plazas (no de forma tan sonora como por Andalucía), asistían a los entierros a tenor de las estipulaciones testamentarias y pedían por la ciudad y en sus iglesias para la financiación caritativa de sus internados rigurosos y regidos por clérigos.

Es lo que aconteció en Medina del Campo: por 1550 funcionaba, con toda la precariedad que se quiera, el colegio de doctrinos de este estilo. Rodrigo de Dueñas se interesó por los niños de la doctrina con sus mandas no demasiado generosas, que, aunque mirasen más a asegurar los servicios religiosos de su fundación de la Magdalena que al mantenimiento de los niños doctrinos, indican la atención prestada tanto por él como después por Simón Ruiz o por tantos otros mercaderes que los nombran en sus testamentos y los piden para prestigiar sus honras fúnebres, por el municipio y por la caridad urbana hacia esta educación de niños marginados que se vio tan necesaria.

No eran muchos los párvulos acogidos en comparación con tantos inmigrantes pobres y vagabundos como pululaban por la villa. Pero al menos entre treinta y cincuenta niños tuvieron, por bastante tiempo, la oportunidad brindada por las "ventajas" de la pobreza y de la orfandad. Hay más: el colegio de doctrinos de Medina del Campo hubiera justificado su existencia, su quehacer y el destino de las limosnas de tantos medinenses y gentes de fuera por el solo hecho de que entre sus doctrinos entre 1551 y 1559 allí estuvo, aprendió a leer y a escribir (parece que los oficios manuales no se le daban tan bien), desde allí ayudó a misa en la Magdalena, pordioseó por las calles, por las iglesias, el niño paupérrimo y huérfano Juan de Yepes, uno de los inmigrantes de la pobreza y que debió su crianza a estas formas de asistencia social. Su hermano Francisco repetía admirado en sus relaciones orales que otros se encargaban de transcribir (porque él, como toda su familia, era analfabeto): "y así le pusieron para que aprendiese en los niños de la doctrina de Medina del Campo; y en poco tiempo se dio tan buena maña, que aprendió mucho, y pedía para los niños de la doctrina, y las monjas le tenían mucho amor por ser muy agudo y hábil".

La otra enseñanza, equivalente a la secundaria, la de gramática, latinidad, artes, también estaba atendida en Medina para los no tan pocos que la seguían. Se dirigía prioritariamente a la formación de futuros clérigos, y por ello varios de los numerosos conventos de la villa tenían dotadas cátedras de artes, de filosofía, de moral, incluso el reciente y en construcción por 1560 de los carmelitas de Santa Ana. Eran enseñanzas tradicionales, escolásticas casi siempre y en las que se resistían a penetrar los nuevos aires humanistas. La novedad, arrolladora, se introdujo gracias a la financiación de los mercaderes y a la presencia de la Compañía de Jesús en la villa por 1551. Se decía -y así quedó grabado en la inscripción del sepulcro de los más decididos mecenas- que la fundación del colegio había sido profetizada por san Ignacio de Loyola, nada menos que en Amberes, cuando recibió un pingüe donativo del mercader medinense Pedro Cuadrado. Lo cierto es que la llegada y el establecimiento de los jesuitas se debió a la perspicacia de sus superiores ( san Ignacio, el padre Nadal, san Francisco de Borja, que pondría la primera piedra del edificio definitivo) y a la generosidad de los mercaderes: no tanto a la del primer instigador de la llegada, Rodrigo de Dueñas, a las ayudas eficaces de Luis de Medina, después a las de Simón Ruiz, cuanto a la de los verdaderos y reconocidos fundadores: don Pedro Cuadrado y su esposa doña Francisca Manjón. Todos mercaderes-banqueros.

El colegio de los jesuitas resultó ser el fermento de cierta fiebre cultural espoleada por la novedad y la participación de la sociedad implicada: de aquellos más de ciento setenta alumnos, en su mayoría entre la adolescencia y la juventud (porque los hubo también maduros), sus familias y los maestros de la Compañía, todos jóvenes como Astete, Ripalda, José de Acosta el padre Bonifacio, que todavía no era padre cuando llegó al colegio con sus diez y nueve años y con su entusiasmo que luego se plasmaría en tratados innovadores de pedagogía infantil.

Lo más llamativo era su método de enseñar latinidad y retórica. El padre Juan Bonifacio -y no era el único por entonces- estaba convencido de lo contraproducente que eran "la vara y la sangre" y de las ventajas de enseñar "con amor y con halagos"; de la necesidad de fomentar la iniciativa de los alumnos con la práctica del latín, del griego, hablados hasta en las horas de recreación, declamado (para eso estaba la retórica) en representaciones teatrales para la sociedad medinense que lo aplaudía y comentaba, lo mismo daba la tragedia de Jefté, la conversión de san Pablo que la historia de Absalón, redactadas por Acosta y a veces por los propios alumnos.

También los "libros de texto" eran nuevos, aunque fuesen de Erasmo y aunque los clásicos latinos como Terencio u Ovidio fuesen expurgados puesto que se aprendían de memoria ("ad pensum"). Los estudiantes no sólo traducían; también llevaban al latín lo castellano. Y escribían y declamaban sus composiciones poéticas. Como dice Luis Fernández, que ha estudiado esta dimensión del colegio de Medina, "pronto se imitaba a Virgilio en castellano siguiendo la pauta de Boscán, Garcilaso y otros renacentistas españoles".

Huellas de Boscán, de Garcilaso y de tantos otros transmisores de su poesía han encontrado los críticos de la literatura en el lírico más encendido y, a la vez, transgresor de la lengua castellana, san Juan de la Cruz, que precisamente en aquellos años de efervescencia estudiaba, eso sí, como pobre y trabajando al mismo tiempo en el hospital de las bubas, en el colegio de la Compañía con el nombre de Juan de Yepes, hay que repetirlo, hecho y formado en Medina del Campo. También recordaría, embelesado, esta fase su hermanos Francisco: "tenía tanto cuidado, que en breve tiempo supo mucho en la Compañía de Jesús"; "diose tan buena maña en su estudio, ayudándole en él Nuestro Señor, que aprovechó mucho en poco tiempo".

El pedagogo Juan Bonifacio recomendaba también la lectura al estilo humanista: "Los buenos libros son otra clase de maestros. Generalmente cada uno es como los autores que lee". Y Medina fue un centro librario de especial agitación, durante largo tiempo, en sus ferias y por sus ferias, uno de cuyos objetos de tráfico era el libro: el impreso y encuadernado allí o el venido de fuera y comercializado en la villa. De esta actividad fue buen testigo el bibliófilo más exquisito de la primera parte de aquel siglo XVI, don Fernando Colón, que desplaza a sus agentes a estas ferias para captar ejemplares buscados que engrosarían su opulenta y, a la vez, selecta "biblioteca colombina". Los educadores, erasmistas, de Felipe II se desplazaban a Medina para surtir la biblioteca del futuro rey con libros clásicos, como hacía en 1545 Cristóbal de Estrella, maestro de pajes del todavía príncipe.

Por fortuna es este sector uno de los mejor conocidos, por lo que a la industria se refiere, gracias a la monografía antigua y aun válida del erudito Pérez Pastor. Investigaciones actuales han alumbrado también las posibilidades de la comercialización del libro desde Medina del Campo. Las ferias y sus oportunidades atrajeron a impresores y libreros (ambas funciones no estaban entonces perfectamente divididas) llegados de Francia o de Italia que se instalaron en Medina del Campo y dieron origen a dinastías afincadas en la villa como los Millis, los Canto o los Boyer. Es preciso advertir que impresores y libreros de esta alcurnia se impusieron sobre los miedos al leer que fueron arreciando desde el ambiente inquisitorial y los índices prohibitorios de 1559, todo desde Valladolid, y que su actividad sobrepasó también el golpe de gracia a las ferias dado por 1575. No obstante, la más notable actividad ferial del libro coincidió con el mediar del siglo XVI.

Fue por entonces cuando Pedro de Medina> decía, y lo decía como observador directo de la realidad, en su afortunado Libro de las grandezas y cosas memorables de España (1548) y hablando del concurso internacional, "cosa muy de notar con tantas gentes, tratos y mercaderías" de sus ferias, y la ahora de especificar los tratos se fijaba, como ejemplo, "vi muchas casas de mercaderes que sólo en libros trataban, según fui informado, en diez o doce mil ducados", que ya era decir.

>A las monografías aludidas y a las clásicas historias de Medina del Camporemitimos a quien desee informarse de la literatura que salió de sus prensas y que se vendía en esta feria internacional permanente también del libro. Por su significado me permito destacar la impresión de un libro singular, que sobresale entre tantos y de todos los talantes (desde la más seria teología hasta los amadises) como se imprimieron por entonces. Me refiero a la edición del "Lazarillo" ignorada hasta escasos años, cuando se descubrió su existencia entre otra decena de libros (todos sospechosos) que, con él, habían permanecido emparedados (quizá por miedo a la Inquisición) desde el siglo XVI en una casa de la localidad extremeña de Barcarrota. Se trata de la primera edición conocida (hubo otra del año anterior que no se ha encontrado) de un libro que tuvo tal éxito, que hasta cuatro veces se imprimió en el mismo año, el siguiente a su aparición. Hasta ahora se conocían tres de ellas (de 1554): las de Burgos, Alcalá y Amberes. Desde 1996, gracias al hallazgo casual de la mínima biblioteca clandestina, se conoce otra impresión de La vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades. M.D.LIIII, con el colofón: "Fue impressa la presente obra en la muy noble villa de Medina del Campo en la imprenta de Mattheo y Francisco del Canto hermanos. Año de M.D.LIIII". Poco después El Lazarillo sería prohibido, y no volvería a aparecer hasta mucho más tarde pero ya "castigado" por la Inquisición.

LOS NEGOCIOS Y LO RELIGIOSO

En épocas sacralizadas como aquélla resulta comprensible que Medina del Campo estuviese bien armada para satisfacer la demanda de primerísima necesidad, para la oferta de lo religioso. Por supuesto de libros espirituales, como puede verse en los inventarios que se han conservado de alguna de sus librerías, bien surtidas (como la de Boyer) de este producto. También de servicios, fiestas, diversiones, sermones. De cofradías devocionales o asistenciales con muchos hospitales que luego se reducirían. De clero abundante para lo que se precisara en su colegiata (con abad electivo, incluso después de incorporarse con condiciones a la diócesis de Valladolid), con su docena de parroquias en las que casi siempre los párrocos eran pilongos. Buena parte de ellas -incluida la abacial de San Antolín- fueron construidas o reconstruidas y ornadas por los mercaderes precisamente en los tiempos de mayor actividad ferial. No es ningún secreto para los historiadores que tales construcciones, así como fundaciones de obras pías, legados de mandas piadosas, elección de enterramientos, eran recursos "expiatorios" por posibles pecados inherentes al negocio del dinero, al comercio. Pero eran, también y en mayor medida, exigencias de quienes buscaban afanosos, además de sufragios para el gran negocio de la salvación, el prestigio social en tales exhibiciones. Se trataba de formas de inversión del capital con rentabilidades muy ambicionadas por entonces.

Los conventos eran otra necesidad. Los de monjas, incluido el de las arrepentidas, como esperanza para la vocación o para el "acomodo" de tantas hijas de comerciantes y de no comerciantes que preferían este estilo de vida al de la soltería, con más intensidad, si cabe, a partir de la imposición y connaturalización de la mentalidad tridentina y contrarreformista. Los de frailes para implantar la presencia de la orden respectiva, con fuerte espíritu familiar y en competencia con las otras órdenes y familias religiosas que no podían faltar en ciudades ricas y pobladas.

Medina> estaba bien surtida de frailes y monjas ya a mediados del siglo XVI con conventos de órdenes mendicantes de origen medieval: había dominicos y dominicas; franciscanos y claras; agustinos y agustinas; trinitarios y hasta mostenses (premostratenses). A mediados de siglo llegarían los carmelitas de Santa Ana.

Y como señal de modernidad no tardarían en asentarse los jesuitas (1551) y las carmelitas descalzas de la Madre Teresa de Jesús (1567). De la Compañía ya hemos visto algo. Apenas instalada, en ella ingresaron cuatro hijos de Rodrigo de Dueñas y cinco de Antonio de Acosta. De la Madre Teresa baste con recordar la narración fresca que ha legado en su crónica de la aventura fundacional. No quería fundadores exigentes y quisquillosos (como solían ser casi todos) y sí libertad, y por ello prefería lugares ricos y, por lo mismo, con capacidad limosnaria. También por ello y no por azar, pensó en Medinacomo primer destino de la expansión de su experiencia de grupos de mujeres orantes. Le habían contado tantas y tales cosas de las presencias internacionales en la villa ferial, que, creyendo que por allí habría hasta sacrílegos hugonotes (luteranos los llamaba ella), al ver lo desguarnecido que quedaba el Santísimo en la casona primitiva, no pudo menos de exclamar: "¡Oh, válame Dios! Cuando yo vi a Su Majestad puesto en la calle en tiempo tan peligroso como ahora estamos por estos luteranos, ¡qué fue la congoja que vino a mi corazón!".

>Hasta entrado el siglo XVII no fundarían en Medina los hijos de Santa Teresa>, y lo tuvieron que hacer extramuros de la villa (como aconteció antes con los franciscanos reformados). Era natural la resistencia de las otras comunidades por la competencia que se les venía encima en una villa que ya no era lo que había sido. Sin embargo, justamente en aquel verano de 1567 en Medina germinó su reforma masculina al dar la Madre con los dos carmelitas (el maduro fray Antonio de Heredia y el joven Juan de Santo Matía) que al año siguiente la iniciarían en Duruelo.

En los tiempos feriales, por lo tanto, Medina del Campo estaba bien surtida de servicios sacros y de otros productos exigidos por la religiosidad popular, como, por no aludir a más, de reliquias de todos los talantes, aunque el relicario de los jesuitas todavía no se hubiera construido en toda su riqueza conforme al estereotipo de los colegios de los colegios de la Compañía. Dado el tráfico de reliquias en el mercado, no sería de extrañar que en las ferias de Media menudease este otro producto tan apetecido por la piedad de todos o de casi todos.

Prescindiendo de las reliquias y relicarios de iglesias, casas, personas (porque se llevaban frecuentemente colgadas como dijes), me referiré a una muy especial, de la que tanto se habló desde fines del siglo XVI en Medinay fuera de ella: la del pedacito de carne del santo fray Juan de la Cruz lograda por su hermano vagabundo Dios sabe cómo. Era una reliquia diminuta (como de un real de a dos). La maravilla (al margen del poder taumatúrgico que se le atribuyó) consistía en que desde 1594 Francisco comenzó a ver allí el cuerpo entero de su hermano en el cielo, al principio en los huesos por las penitencias; más tarde glorioso, con la Virgen del Carmen, con el Niño, con la trinidad, con casi toda la corte celestial. Según tantos testigos medinenses como declararon, la reliquia actuó de imán de incontables gentes (entre ellas el obispo de Valladolid) que, como decían, contemplaban el milagro con sus propios ojos. Se hizo un proceso, y a principios del siglo XVII fue editada la "Relación de un milagro insigne que Nuestro Señor obra continuamente en una parte de carne del venerable padre fray Juan de la Cruz" (1616). No sólo eso: el pintor Pedro de Soria, uno de los afortunados con la visión del cielo en aquella redoma, pintó una serie de grabados de lo que allí veía. De forma que el primer escrito que salió a la publicidad impresa y la primera iconografía de san Juan de la Cruz, nada amigo de reliquias, estuvieron motivados por una reliquia suya que el propietario legaba, como la mejor joya, en su testamento, que se intentaría comprar hasta por quinientos ducados y que se convirtió en el atractivo de una curiosa inmigración -distinta ya de la ferial- hacia Medina. Como recordaría el hagiógrafo barroco del Santo, Jerónimo Ezquerra (1641), "concurrieron no solamente de Medina, sino de muchas leguas, infinitas gentes a verle y venerarle. Y nuestro Señor correspondía con algunos, como lo habían de menester con sus deseos, mostrándoles en estas reliquias algunas cosas, aunque -concluye- los más no veían nada".

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MEDINA DEL CAMPO Y SUS FERIAS

Medina del Campo en el siglo XVI fue, como cualquier otra ciudad de entonces con un potencial demográfico similar, muchas cosas. Pero sobre todo Medina fue la sede de las más importantes ferias de la Corona de Castilla y uno de los principales mercados financieros de Europa. Situada en el centro de la Submeseta Norte, que al mediar el siglo XV sobresalía ya como la región demográfica y económicamente más pujante de la península, desde muy pronto –antes incluso de esa fecha– supo sacar provecho de la red caminera que unía los más importantes núcleos urbanos de la cuenca del Duero, la de mayor intensidad viaria de todo el territorio nacional en el posterior Quinientos, siendo éste de las comunicaciones un factor esencial que contribuirá a afirmar, robusteciéndola, su temprana vocación comercial. Durante casi dos centurias –la que cierra el Medioevo y la que abre las puertas a los tiempos modernos, por atender a divisiones cronológicas convencionales–Medina del Campo vivió de y para sus ferias: el volumen de su población, su estructura ocupacional, su fisonomía y estructura urbanas, y tantos otros aspectos de su quehacer y bullir cotidianos, mantuvieron una estrecha relación con el mercado de las ferias, cada vez más desdeñoso, se apuntará, a medida que fue transcurriendo el tiempo, de las actividades propiamente mercantiles y, por el contrario, cada vez más volcado hacia las operaciones estrictamente financieras.

Sin embargo, tan íntima y, al tiempo, fecunda dependencia acabó revelándose fatal para la villa –éste era en realidad su estatus jurídico y no el de ciudad– una vez que las ferias comenzaron a declinar como consecuencia, entre otros factores concurrentes, de las sucesivas prórrogas en los "pagos", de las dificultades financieras de la Hacienda Real (con su incidencia perturbadora, asfixiante, sobre el crédito y las actividades privadas) y del desplazamiento del centro de gravedad económico de la península hacia Madrid y la periferia. A partir de entonces, cuando en otras partes todavía no habían comenzado a oscurecerse los brillos del "bello siglo XVI", Medina del Campo se sume en un larguísimo proceso de decadencia cuyas manifestaciones más visibles las encontramos en el descenso rápido de su población, en los cambios ocurridos en la composición socioprofesional de su vecindario y en el deterioro físico de su espacio urbano. Más aún: a raíz de dicho viraje, que se confirma en el tránsito del siglo XVI al XVII y que no hizo sino agudizarse después, Medina se ruraliza y se vuelca a la tierra como única posibilidad de subsistencia; de ciudad cosmopolita, abierta y eminentemente comercial y financiera se convierte en núcleo cerrado y rentista, manteniéndose en lo sucesivo gracias sobre todo a la absorción de una parte nada desdeñable del excedente agrario producido en los lugares de su Tierra.

Medina del Campo era, ya en el siglo XV, un importante centro mercantil. Las ferias, en lo tocante a la contratación de mercancías, estaban plenamente asentadas a comienzos de dicha centuria, y paulatinamente fueron tornándose en la ocasión para efectuar los pagos y ajustar las liquidaciones del tráfico comercial, no ya sólo comarcal o regional, sino también nacional e internacional, carácter que por lo que se refiere a esta última vertiente les fue conferido por la corona entre 1495 y 1505, al igual que a la feria de agosto de Rioseco y a la de cuaresma en Villalón, convirtiéndose así en centros de compensación del comercio exterior. Es decir, Medina del Campo cumplió, desde fechas relativamente tempranas, aquella función para la que estaba mejor preparada y dispuesta dentro del sistema urbano del que formaba parte, sobre todo después de que Valladolid se convirtiera en residencia de la Corte y de que sus dos ferias anuales se eclipsaran progresivamente: la función comercial, o sea, la de ser punto de confluencia de mercaderes y tratantes que acudían allí a comprar y vender y que poco a poco fueron constituyendo feria utilizando para ello determinadas fechas del año –los meses de mayo y octubre– coincidentes con momentos claves del ciclo agrícola, tan determinante de las actividades económicas en general. Tales reuniones, que al principio tuvieron un carácter comarcal o, a lo sumo, regional, pronto –desde mediados del siglo XV al menos– devendrían en nacionales como consecuencia no sólo de la intensificación de los intercambios interiores sino también del aumento de las relaciones mercantiles con los países de la fachada atlántica, singularmente con los Países Bajos, tráfico éste precisado en no menor medida de unos centros geográficos concretos en donde efectuar las contrataciones y de unas fechas fijas en que poder ajustar las liquidaciones posteriores (lo que en la jerga del mundo de los negocios del momento se denominaba "hacer los pagos"), las cuales habían de corresponderse en el calendario con las de celebración de otras ferias europeas, acoplamiento que al principiar el siglo XVI ya era, como se ha dicho, una realidad.

Nuestras antiguas Ferias de los siglos XV y XVI en la Plaza Mayor de la Hispanidad de Medina del Campo
Nuestras antiguas Ferias de los siglos XV y XVI en la Plaza Mayor de la Hispanidad de Medina del Campo

Con el tiempo, es importante recalcarlo, este segundo aspecto terminó prevaleciendo sobre el primero. En otras palabras, las ferias de Medinafueron perdiendo progresivamente su carácter de ferias de mercaderías para transformarse en ferias de "pagos" y de "cambios", donde lo que se negociaba fundamentalmente, a juzgar por las sumas que en virtud de tales operaciones se cruzaban, eran deudas y alcances pendientes al tiempo que se especulaba con el dinero y toda clase de efectos mercantiles y bancarios. A consolidar esta transformación contribuyó de forma definitiva el levantamiento, a fines de 1551, de la prohibición de exportar metales preciosos, circunstancia que hasta ese preciso momento (al igual que entre 1560 y 1566, y luego esporádicamente en algunos años concretos) había obligado a los asentistas extranjeros de la corona a adquirir bienes en Castilla –materias primas básicamente– con destino a la exportación para poder reembolsarse, tras ser vendidos en dichos mercados externos, de las cantidades previamente anticipadas al monarca español en Italia, Francia o los Países Bajos; como sin duda influyó también la ruptura del eje comercial Burgos-Bilbao-Amberes a raíz de la sublevación de los Países Bajos y de la interrupción de la navegación directa con España que, aunque nunca fue total, no sólo supuso el comienzo del fin de la ciudad cabeza de Castilla, sino que afectó además a otras localidades conectadas a ese sistema, y entre ellas a la propia Medina, provocando un desplazamiento de la contratación del tráfico mercantil exterior hacia el sur y hacia los puertos, tanto del Cantábrico y del Atlántico como del Mediterráneo.

Sin embargo, la supremacía de los efectos escriturados y del papel moneda negociable sobre las mercancías y el dinero contante y sonante se veía venir desde el momento –allá por los años veinte del siglo XVI– en que la Hacienda Real escogiera las ferias de Medina del Campo (y en menor medida las de Rioseco y Villalón) como lugar donde negociar con los hombres de negocios los anticipos que precisaba, efectuar sus propios pagos y compensar a los asentistas de la corona –extranjeros fundamentalmente–, quienes, una vez resarcidos, aprovechaban la ocasión para liquidar allí mismo las obligaciones que pudieran tener con otros hombres de negocios. Pero como la mayoría de esas obligaciones estaban en el exterior, es decir, en aquellas ferias y plazas donde previamente habían conseguido aprontar las cantidades que luego ellos adelantaban al monarca español, lo que hacían sobre todo, al menos mientras estuvo vigente la prohibición de la saca de la moneda y como una segunda vía para repatriar sus capitales, era comprar en el mercado de Medina cuantas letras de cambio hubiese sobre tales plazas entregando por ellas libranzas recibidas de la corona.

Este cambio de un tipo de papel por otro, aparte de atraer capitales, de inmovilizarlos y de restar posibilidades a la inversión productiva, repercutía negativamente también sobre el comercio exterior. De hecho, muchas veces el montante de las exportaciones castellanas no se repatriaba; de mano en mano se convertía, como han sabido ver F. Ruiz Martín y H. Lapeyre, en libranzas sobre uno de los bancos de las ferias de Medina. En adelante, todo –o casi todo– dependía de la prontitud con que esos "valores" pudiesen convertirse en dinero de contado; esto es, de la diligencia con que la corona fuese capaz de hacer frente a sus obligaciones y de que lo hiciese además en los plazos convenidos. Y al decir todo no nos referimos exclusivamente a la posibilidad de financiar importaciones, asegurando mediante los retornos la reproducción ampliada del capital mercantil autóctono, sino a las disponibilidades para concluir otras operaciones, ya comerciales, ya financieras, tanto en el interior como en el exterior; operaciones, por lo demás, estrechamente ligadas entre sí por el sistema de pagos aplazados y dependientes en último término (o desde el principio, según se mire) de la situación financiera de la Real Hacienda, de su mayor o menor liquidez, a la postre cada vez más supeditada a la llegada puntual, y acorde con las expectativas creadas, de los tesoros americanos.

Este esquema explicativo es válido también, al menos en cuanto a su pieza fundamental –la necesidad de que la inyección de dinero representada por los pagos de la Monarquía se produjera a su debido tiempo–, después de 1561 o 1566, cuando el levantamiento de la prohibición de exportar metales preciosos, si bien facilitó a los asentistas extranjeros (ahora ya casi todos ellos genoveses) la repatriación de sus capitales, motivó el apartamiento de éstos de la actividad mercantil propiamente dicha y creó dentro del país (amén de las consecuencias negativas derivadas de ese drenaje continuo de oro y plata, manifestadas en la elevación del precio del dinero y en las dificultades para promover actividades comerciales) nuevas sumisiones y dependencias.

El "desorden de las ferias", expresión tomada de la documentación de la época y que ha sido utilizada por los historiadores para designar el período comprendido entre 1559 y 1578, demuestra hasta qué punto el edificio ferial se cimentaba sobre bases poco sólidas. Dicho desorden iba a estar provocado precisamente por las prórrogas de los períodos de pagos de las ferias, causadas a su vez por la incapacidad de la corona, el primero y más importante deudor de todos, para hacer frente a sus compromisos de pago en los tiempos convenidos. El fenómeno, aunque no era nuevo, se generalizará y alcanzará proporciones hasta entonces no conocidas después de 1562, llegando a atentar muy seriamente contra el reglamento general de créditos sobre el que se fundaba todo el sistema. Desde ese momento las quiebras de los hombres de negocios, presentes ya tras la primera suspensión de consignaciones de 1557, se suceden y la suerte de unos arrastra como en un torbellino a la de otros. Paralelamente, los grandes financieros extranjeros pierden la confianza en las ferias de Medina: en 1567, la República de Génova toma la decisión de prohibir los "cambios" con España si no fuese a tiempo limitado y a los lugares de feria, y poco después, en 1571, se decide lo mismo en Lyón. Por entonces, además, ya se habían comenzado a librar letras de cambio con vencimiento a fecha fija (y no sobre períodos de ferias, que no se sabía cuándo podían concluir) sobre Madrid en conexión con Alcalá de Henares, lo cual era una manifestación más de la decadencia de las ferias de Medina y, por ende, de la ciudad que las acogía.

Lo peor, empero, estaba aún por llegar. Después de unos años en que los retrasos se acumularon, el decreto de 1 de septiembre de 1575 por el que Felipe II suspendía por segunda vez los pagos de la Monarquía y anunciaba la revisión de los asientos hechos desde 1560, quebrantó todavía más el crédito e hirió de muerte a las ferias de Medina. El caso es que éstas no volvieron a celebrarse hasta finales de 1578, luego de la conclusión, en 9 de diciembre de 1577, del medio general por el que se restablecía a los genoveses en la posición de la que se les había querido desplazar dos años antes. Pese al éxito de las reformas de 1578 y 1583 y a que una relativa regularidad presidió desde entonces su celebración, las ferias de Medina no volvieron a recobrar su antiguo esplendor. El volumen de los negocios, especialmente en su vertiente financiera, bajó muchísimo y la competencia de Madrid y de Alcalá era una realidad que las providencias dadas en 1571 y 1578 (mediante las cuales se intentó imponer la prohibición de "cambiar" del extranjero sobre otro lugar que no fuesen las ferias de Medina) no consiguieron disipar. Es más, la Real Cédula de 7 de julio de 1583 terminaría reconociendo la libertad de "cambiar" para otras plazas siempre que no fuese durante los cien días que duraban las ferias de Medina: en la práctica, sin embargo, ello suponía el fin del monopolio de los "cambios" de Medina del Campo y el reconocimiento de la emergencia de Madrid como gran mercado financiero, en donde desde hacía ya bastante tiempo venían concluyéndose los asientos de la Monarquía. Y aunque por esta razón la corona se abstuvo progresivamente de intervenir en las ferias, circunstancia que a partir de entonces garantizaría el regular funcionamiento de los pagos, tal alejamiento no podía traer, paradójicamente, sino fatales consecuencias para su futuro al faltarles buena parte del lubricante que antes las animaba. El decreto de suspensión de pagos de 1596, en virtud del cual Felipe II retomó nuevamente para sí las rentas asignadas a sus acreedores, significó la muerte definitiva de las ferias de Medina, aun cuando legalmente su desaparición no se produciría hasta la creación, a comienzos del siglo XVIII, de la llamada Junta de Incorporación.

En 1575 tuvo lugar otro acontecimiento que afectó de forma no menos decisiva a las ferias de Medina del Campo, y en particular a lo que éstas conservaban de ferias de mercancías. Nos referimos al aumento de las alcabalas, impuesto sobre el valor en venta de cualesquiera bienes y productos, y a la correspondiente supresión de las franquicias parciales de que gozaba la villa durante los meses de feria, hechos que provocaron la desbandada de mercaderes y comerciantes y la ruina de la contratación privada. La subida de las alcabalas, en concreto, aun cuando desde el Consejo de Hacienda tratara de justificarse con el argumento de que el monarca no cobraba enteramente el tipo impositivo al que tenía derecho, constituyó un serio quebranto para el tráfico mercantil, amén de repercutir negativamente sobre las actividades productivas urbanas. Medina, muy afectada por el decreto de suspensión de pagos de ese mismo año y por la abrogación de muchas de sus franquicias y exenciones, rechazó entrar en el nuevo encabezamiento que la asignaba, junto con los lugares de su Tierra, una cantidad de 40 millones de maravedís anuales, o sea, dos veces superior a la ofrecida por la villa, que a su vez era casi el doble de la que había venido pagando según el último encabezamiento general. El caso es que las villas y lugares de la Tierra se encabezaron aparte por un precio de 3.168.000 mrs., y para un período de diez años, mientras que las alcabalas de Medina pasaron a ser administradas directamente por el Consejo de Hacienda a través del contador Luis Peralta, quien pese a exigir la totalidad del gravamen –el 10 % del valor de todo lo vendido– no pudo recaudar los 20 millones de maravedís ofrecidos por la villa.

En 1576, y hasta finales de 1580, Medina del Campo volvió a estar encabezada, pero en cantidades sensiblemente inferiores a la solicitada para 1575. En 1582 y 1583 se encabezó de nuevo por un precio de 17.750.000 mrs., aceptando más tarde una prórroga hasta 1588. En este año consiguió una nueva rebaja en el precio del encabezamiento que quedó fijado en 16.062.365 mrs.; sin embargo, no pudo sostenerlo más de dos años, pues en 1590 el concejo rechazó la prórroga prevista para los años siguientes, y solicitó una vez más el cobro directo por parte de la Administración que, no obstante el rigor con que se llevó a cabo, no sobrepasó los 11,5 millones de maravedís.

Constituye esta evolución, fundada en cifras absolutas y que, por tanto, habría que deflactar pues se hallan afectadas en su valor real por el alza de precios que caracteriza a la segunda mitad de la centuria, la mejor expresión del derrumbe, no sólo demográfico sino también –y sobre todo– económico, que padeció la villa de las ferias en los decenios postreros del Quinientos. Lo malo es que el declive no había hecho entonces más que empezar y que habrían de transcurrir más de doscientos años para que Medina pudiera salir de su secular postración, algo que no será realidad hasta su conversión, ya en la década de los sesenta del siglo XIX, en nudo ferroviario y centro de comunicaciones de primer orden, requisito esencial para que empezara a descollar como importante centro comarcal de distribución de productos y como incipiente núcleo industrial.

Podríamos, en consecuencia, concluir este breve apunte destacando que Medina del Campo representa un ejemplo revelador de las resistencias impuestas al cambio socioeconómico a largo plazo; un buen exponente, en definitiva, de la lentitud con que en Castilla se produjo la transición al capitalismo. Sin embargo, si obráramos así no estaríamos sino subrayando lo obvio. Es evidente que las ferias dieron vida a la villa durante los siglos XV y XVI y la colocaron en un lugar preeminente dentro del naciente capitalismo nacional e internacional. Pero no es menos verdad que al mantener la actividad económica en la esfera de la circulación y de la especulación financiera apenas contribuyeron, a través de las inversiones productivas fecundas, a la creación de riqueza y mucho menos modificaron las viejas estructuras, las cuales salieron reforzadas después de que los tratos y cambios languidecieran. Medina subsistirá en las centurias siguientes como una ciudad eminentemente rentista, como sede de unas cuantas instituciones eclesiásticas y lugar de residencia de unos pocos privilegiados que se apropiaban de una parte sustancial del producto del trabajo de la mayoría, en un área que rebasaba por otra parte los límites de su término municipal. La lógica profunda del sistema socioeconómico en que se hallaba inmersa, aquella que venía determinada por la primacía –se mire como se mire– de los elementos feudales sobre los capitalistas, de las relaciones de producción y distribución dominantes sobre las de intercambio, acabó por imponerse y condicionó la evolución posterior de la villa (como la de la propia Castilla), no sólo impidiendo su recuperación tras el declive de las ferias, sino también recortando sus posibilidades de crecimiento de cara al futuro, incluso si el análisis se circunscribe a la única alternativa viable que le quedaba: la alternativa agraria.

Pero la decadencia de Medina que es en primer lugar la de sus ferias, nos ilustra también acerca de las responsabilidades que en este hecho particular (y en general en la inversión de la tendencia del siglo XVI) cupo a una determinada política dinástica y a los dispendios sin cuento que la misma traía aparejados. Porque fueron los avatares de las finanzas estatales y el incesante crecimiento de la deuda pública, junto con el incremento de la presión del fisco regio, los factores que a la postre dieron al traste con el edificio ferial. El crédito público, en su progresión desordenada, se impuso en la España del siglo XVI, con lo que ello suponía de absorción de capitales privados y de extensión de la fiscalidad, y acabó sometiendo a sus designios al crédito privado, ése que en su desenvolvimiento armónico había facilitado, si no propiciado, la fase de crecimiento económico iniciada en Castilla en el fundamento de la actividad ferial. En suma, la ruina de las ferias de Medina del Campo constituye también una manifestación más de cómo los intereses del país y de la economía en general fueron supeditados a los de la Real Hacienda y a la voluntad de los Habsburgos españoles de conservar hasta la extenuación su hegemonía política en el exterior.

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SIMON RUIZ: MENTALIDAD Y VIDA COTIDIANA

Simón Ruiz Envito

En los momentos de mayor esplendor de sus ferias, Medina del Campo se nos presenta como un importante núcleo poblado, populoso y de ran densidad, un centro urbano de los más destacados de la Península. En ese momento, era fácil encontrar por sus calles personajes muy relevantes en el panorama nacional e internacional. Gran centro financiero, pero a la vez también político y cultural, la villa del Zapardiel acogió durante los siglos XV y XVI a un buen número de grandes personalidades de todos los campos. Si tuviéramos que elegir a uno de ellos como representativo del momento, la elección tendría que recaer en un hombre de negocios. En este campo, una de las figuras más señeras era la de Simón Ruiz Envito. En él encontramos al mercader y banquero más representativo del último episodio de las grandes ferias medinenses.

Por muchos motivos, la trayectoria de Simón Ruiz Envito es la que mejor ilustra el período histórico al que ahora nos aproximamos. Al respecto, hay que señalar su devenir personal, el papel de primera línea que desempeñó durante muchos años en su profesión y su estrecha vinculación a Medina.Quizá ningún otro personaje histórico de la villa ha conseguido la proyección lograda por él, una proyección que llega hasta el momento actual con su impresionante Hospital y con la Fundación que lleva su nombre. Todo esto sirve para que su figura supere, desde un punto de vista local, la de cualquiera de sus coetáneos. Pero también a otro nivel destaca su singularidad, tanto, que puede decirse que en el ámbito internacional su trayectoria sólo es comparable con la de otro hombre de negocios de primerísima fila: la del italiano Francesco di Marco Datini, mercader afincado en Prato (muy cerca de Florencia) que desarrolló su actividad en la segunda mitad del siglo XIV. Ambos guardan una notable afinidad en su evolución comercial y personal, y ambos nos han legado unos fondos documentales, relacionados con sus actividades, que constituyen archivos de primera magnitud.

Simón Ruiz nace en Belorado (Burgos) en una fecha incierta, aunque Henri Lapeyre apunta en torno al año 1525 ó 1526. Su familia debía de estar vinculada al pequeño comercio de lana y productos textiles, ocupando una posición socio-económica modesta. Nuestro protagonista se inicia a una edad temprana en los negocios, y con 21 ó 22 años ya se establece por su cuenta. En ese momento, traba relación con Yvon Rocaz, un mercader de Nantes. Éste le envía fardos de lienzos bretones que él se encarga de vender en los circuitos feriales de Castilla. En torno a 1550 Simón Ruiz busca nuevos horizontes profesionales, y por ello deja las tierras burgalesas y se establece en Medina del Campo, que en ese momento conocía una pujante actividad mercantil.

Mariana de Paz
Mariana de Paz

Desde Medina del Campo, S. Ruiz comienza a ampliar su negocio de compra-venta de tejidos. Todos los autores coinciden en señalar su buen criterio comercial, que le reporta en poco tiempo unos destacados beneficios. En 1551 interviene por primera vez en una sociedad capitalista de cierta entidad junto a Juan de Orbea, tesorero de Aragón. A partir de ese momento se suceden diferentes sociedades en las que S. Ruizparticipa asiduamente aportando un porcentaje variable del capital. Comienza a desarrollar una extensa red de enviados y corresponsales que se extiende poco a poco por las principales ciudades europeas (Lisboa, Valencia, Génova, Rouen, etc.). Además, consolida sus relaciones con Nantes, ciudad en la que residía su hermano Andrés. Aunque cada vez tiende a participar en actividades más variadas, la compra y venta de telas (sobre todo bretonas y flamencas) termina por consolidarse como el principal pilar de sus negocios.

Durante la década de 1560 nuestro personaje continúa su imparable ascenso económico. Algunos problemas legales (como los de Miranda de Ebro de 1564), o algunos contratiempos en sus inversiones (como los de Sevilla de 1567) constituyen obstáculos que parece superar sin el mayor contratiempo. En 1572 intensifica sus relaciones con Lisboa y unos años después aumenta su vínculo comercial con Flandes. Los estudiosos coinciden en señalar la fecha de 1576 como el momento en que la carrera de Simón Ruiz se consagra definitivamente. En ese año inaugura sus actividades como gran hombre de negocios, y lo hace nada menos que convirtiéndose en acreedor de Felipe II. Esta cuestión tiene para F. Ruiz Martín una gran trascendencia, pues refleja la buena posición y la absoluta solvencia de S. Ruizy le pone a la altura de los mayores banqueros del momento, como los Spínola o los Fuggers.

En la década de los 80 se dedica fundamentalmente a las finanzas, aunque nunca desatiende el comercio textil. Finalmente, en 1592, con 66 ó 67 años, Simón Rui>z funda con su sobrino Cosme la que sería su última sociedad, tras lo que se retiró de la actividad comercial. Desde ese momento, y durante los últimos cinco años de su vida, se dedicó por completo a la construcción de un gigantesco Hospital que decidió levantar en las afueras de Medina.

Para terminar este breve esbozo en torno a la trayectoria profesional de Simón Ruiz, hay que llamar la atención sobre algunos aspectos de su carrera que, en cierta medida, ejemplifican el surgimiento de la banca moderna y del sistema crediticio capitalista. Por un lado, hay que resaltar su trayectoria de hombre de negocios que, partiendo de una posición social humilde, logra el ascenso merced a su inteligencia y habilidad mercantil. Por otro lado, con él asistimos a la transformación que va del mercader al banquero. Es decir, del comercio con determinados productos al comercio con dinero. Esta es una evolución importante, que supera definitivamente la figura del cambista medieval y será esencial en el posterior desarrollo económico de Europa. Por último, hay que señalar su participación en la difusión de la letra de cambio y en el desarrollo y perfeccionamiento de las incipientes sociedades mercantiles.

Pero si sobre las actividades comerciales de Simón Ruiz poseemos un extensísimo volumen de información, es muy poco, en cambio, lo que sabemos sobre su vida privada, sus costumbres, sus hábitos y su mentalidad. Su reserva en este punto es siempre extrema, y sus escritos nunca sobrepasan las cuestiones estrictamente profesionales. Incluso en su correspondencia personal escasean aquellos datos que no tienen que ver con la marcha de sus negocios. Esto parece apuntar que su vida giraba fundamentalmente en torno a sus actividades comerciales. Su notable inteligencia, su habilidad para interpretar las informaciones, su prudencia, su gran decisión para arriesgar en el momento oportuno, eran cualidades que siempre debían estar ocupadas en sus negocios. Por ello, no es de extrañar que el matrimonio sea entendido por nuestro personaje como un medio para lograr el ascenso social (como ocurre cuando se casa en 1561 con María de Montalvo, descendiente de uno de los mejores linajes de Arévalo) o para aumentar todavía más su riqueza (como él mismo señala sobre sus segundas nupcias con Mariana de Paz en 1574). Incluso en la correspondencia mantenida con su hermano Andrés se hace patente en no pocas ocasiones la excesiva preocupación de S. Ruiz por el dinero, lo que motiva ciertas críticas y algún reproche de su hermano.

La institución familiar tenía una gran importancia en el siglo XVI en Castilla. Se trataba de un familia extensa, que englobaba a varias generaciones y que incluía a los criados y a los sirvientes domésticos. Si a esto unimos un elevado número de hijos, nos encontramos ante familias muy amplias. La familia Ruiz era extensa y, en cierta medida, venía a constituir el cauce natural que guiaba una estrechas relaciones comerciales. Esto puede deducirse, al menos, de los vínculos mantenidos entre Simón Ruiz y sus hermanos y sobrinos, que son siempre indudablemente más estrechos con aquéllos con los que compartía empresas comerciales. Un aspecto esencial en la biografía de nuestro protagonista tiene que ver con el mundo familiar. Nos referimos a su falta de descendencia. Hay que suponer que la ausencia de hijos, es decir, de continuadores de su labor, debió repercutir severamente en su carácter. Quizá este es un argumento importante a la hora de considerar las decisiones finales de su vida, sobre todo las tomadas a la hora de buscar un sucesor para sus negocios, de mantener su estirpe y nombre a través de la fundación de dos mayorazgos y de inmortalizarse con la gigantesca obra del Hospital.

La vida privada de Simón Ruiz transcurre fundamentalmente en Medina del Campo(con la excepción de la docena de años que separan 1581 de 1593, y que pasó en Valladolid siguiendo los pleitos que tenía abiertos en la Chancillería). Su casa de la calle de Ávila (hoy calle Simón Ruiz) debió constituir el centro de su universo personal. Según H. Lapeyre debía ser una casa amplia y bien acondicionada, una construcción con un exterior en nada especialmente llamativo, y con una organización de las estancias dispuestas en torno a un patio interior.

Gracias a los inventarios de bienes que se realizaron en 1571 y 1597 (conservados en el Archivo Simón Ruiz en el Archivo Histórico Provincial de Valladolid) podemos conocer cómo era el mobiliario y la decoración que la adornaba. Lo primero que llama la atención es la riqueza y calidad de los muebles y del menaje. La casa de Simón Ruiz atesoraba numerosísimos objetos de gran valor, muchos de ellos realizados en materiales nobles y algunos procedentes de puntos muy distantes (como los escritorios de Alemania, las alfombras de las Indias portuguesas, las sábanas de Holanda y Rouen, las servilletas de Francia, etc.). En su conjunto, encontramos una residencia de gusto refinado y cosmopolita, propia de alguien que pertenecía a la clase social más elevada y que se encontraba perfectamente integrado en la oligarquía local (S. Ruiz, al igual que su hermano Vítores, fue regidor de Medina). Pero también, y no se puede olvidar, se trata de la residencia de alguien que acaba de lograr el ascenso a la hidalguía y que, por tanto, debe hacer una cierta ostentación de su posición desahogada.

Como ejemplos de lo señalado, en la documentación de 1571 encontramos algunos elementos de ornato de gran calidad como "...una alhombra turquesa con çinco escudos de armas de la señora doña María de Montalbo...", "...tres rreposteros con sus armas, uno biejo y los dos nuebos..." y "...seis almoadas de terçiopelo e damasco carmesí..." A su lado se citan con frecuencia joyas y objetos de oro y plata como "...una escrivania guarnesçida de plata de la India...", "...una sarta de perlas que contiene dosçientas e sesenta y dos perlas...", "...una sarta de ochenta e quatro çarçamoras con sus granates e guarnesçidas de oro...". Con frecuencia se trata de objetos con significado religioso, entre los que destacan "...una cadena de oro de siete bueltas con su Agnus Dei,...", "...una cruz con quatro esmeraldas y dos rubies y tres perlas...", "...un rosario de cristal con çinco extremos de oro e zinquenta pieças de cristal..." y "...un rrosario de ébano grande...". También la vajilla es rica, y una prueba de ello es que se menciona expresamente un buen número de objetos de plata, entre los que sobresalen 23 platitos, 8 platones, 5 escudillas, 4 candeleros, un confitero, un brasero pequeño, una olla, una fuente grande, un salero, varios jarros, 11 cucharas, 5 tenedores, etc. También encontramos un abundante número ropa y retales de tejidos, generalmente de una calidad muy destacada, como ocurre, por ejemplo, con "...veinte e tres tirillas de Cambray labradas de punto rreal e cadeneta...", con "...otro jubón de telilla de oro y seda morada...", o con "...un jubón de rraso pardo con trençillas de seda e oro...". Por si fuera poco, encontramos además en la casa algunas obras de arte, en especial pinturas y esculturas. En su mayoría abordan temas religiosos y estaban dispuestas en el oratorio. Resaltan las pinturas de San Sebastián, Santa Catalina, San Françisco y Nuestra Señora. Junto a ellas se anota en el inventario "...un rretablo grande de alabastro con la imagen de San Jerónimo y los quatro evangelistas y dos apóstoles...todo dorado".

Lo señalado hasta aquí se completaba con una cocina bien surtida de trébedes, morillos, calderas, tinajas, cazuelas de cobre, cazos, asadores, jarritos, parrillas, etc.. Igualmente bien abastecida estaba la bodega, en la que incluso se mencionan algunas cubas de vino "anexo". Finalmente, la cuadra de la casa contaba con todos los arreos y accesorios necesarios para el tiro y la monta de animales. También aquí llaman la atención la calidad de las piezas, puesto que se menciona "...una alabarda con pasamanos de plata y seda...". Resulta curioso que entre estos últimos objetos se mencione "...una espada de Toledo con su guarniçión pabonada" acompañada de su "...vaina de terçiopelo" ; lo que puede estar relacionado tanto con la necesidad que tendría Simón Ruiz de ir armado cuando llevaba encima importantes sumas de dinero, como con la exteriorización de una posición social elevada cuando realizaba salidas a caballo.

En esta misma línea se sitúa el inventario en 1597. En ese momento, sin embargo, la posición de nuestro protagonista parece todavía más acomodada. Un prueba de ello es que el número de alfombras, reposteros, piezas de vajilla, muebles, etc., ha aumentado considerablemente ; e incluso, podría decirse que estas piezas son de mayor calidad que las de 1571. Así, abundan los tejidos y objetos de la India (conseguidos generalmente a través del lisboeta Hernando de Morales). En lo que se refiere a textiles, y junto a las telas Holandesas y francesas, encontramos también sedas de Granada. E incluso las espadas han aumentado en número, y ahora son ya dos las que se registran en el inventario. Pero, sobre todo, llaman la atención las joyas. Entre ellas destacan algunas realmente fabulosas, como "...una çintura de piezas de oro en que ay treinta y seis piezas y en ellas engastados quarenta y ocho perlas y tres diamantes, uno grande y dos pequeños, e nuebe rrubis y ocho piedras de esmeralda...". Hay también sortijas y collares, y todo tipo de objetos de ámbar y coral. En algunos casos, se anotan joyas que habían sido empeñadas por sus dueños, lo que nos abre una nueva faceta de Simón Ruiz, que pudo actuar como prestamista de la pequeña nobleza local durante sus últimos años. También son más numerosos los objetos de plata, que se refinan para dar cabida, por ejemplo, a un perfumador y a un dedal. Entre las obras artísticas encontramos los retratos al óleo del banquero y su mujer, de los que se da cuenta en su ficha correspondiente dentro de este mismo catálogo. Finalmente, la cocina y la despensa también aparecen muy bien surtidas. En ellas encontramos, por ejemplo, "...çinco ollas de barro con un poco de conserba y miel..." y "quatro barriles de açeitunas de Sevilla...".

En uno y otro inventario sorprende la ausencia de una biblioteca relevante. Se citan tan sólo unos pocos libros, en su mayor parte de temática religiosa, que parecen apuntar la escasa afición a la lectura de la familia. Quizá esto pueda relacionarse con la propia formación de Simón Ruiz, que hemos de suponer con un enorme sentido práctico y una inteligencia formada fundamentalmente a partir de su contacto con el mundo. Entre los títulos de carácter profanos que se describen destacan algunas novelas de gran éxito en la época. Las referencias quizá aludan a las ediciones impresas en la propia Medina. Este puede ser el caso de "...un libro de caballerías que se intitula Espejo de Príncipes...".

Para completar esta breve aproximación a la mentalidad de Simón Ruiz, nos parece necesario abordar el tema de su profunda religiosidad. La mayor parte de los investigadores resaltan el gran sentimiento religioso de Simón Ruiz, así como sus consecuencias respecto a importantes obras piadosas. A pesar de ello, no dejan de reconocer (como hace H. Lapeyre) que sus actividades comerciales bordeaban con frecuencia, cuando no rebasaban por completo, los estrechos límites dispuestos por la doctrina de la Iglesia Católica en temas tan controvertidos como la prohibición del préstamo con interés y de todo tipo de actividad usuraria.

La religiosidad de la Castilla del siglo XVI debió constituir un fenómeno de enorme complejidad, en el que indudablemente convivieron actitudes todavía medievales con valores de nueva creación impulsados por la Contrarreforma. En este aspecto, el estudio de las disposiciones contenidas en el testamento de nuestro protagonista puede resultar de enorme interés. Aunque se trata de un tipo de documento que estaba generalmente muy codificado y que poseía una rígida formulación, en ocasiones es posible entrever en él algunos aspectos relevantes de la vida interior del ordenante, tal y como ha puesto de relieve el hispanista francés Daniel Baloup en sus más recientes trabajos.

Pues bien, si se analiza con cierto detalle el contenido del codicilio de Simón Ruiz, se observa un acusado y constante sentido religioso. Pero también se aprecian otras cuestiones que sobrepasan ampliamente este campo de acción. Además, en el plano religioso-pietista se observan algunas paradojas. La más importante es la que contrapone la angustia del individuo que aspira a la salvación de su alma (que es un sentimiento encuadrado plenamente en la Contrarreforma) con algunas creencias que hunden sus raíces en el Medievo. Entre estas últimas destacan los medios escogidos para lograr la salvación: la celebración de misas por el difunto y las intervenciones caritativas. En el primer caso, las "... mil y quinientas missas..." encargadas por Simón Ruiz parecen entroncan perfectamente con la idea medieval del Purgatorio y de la "contabilidad del más allá" que ha sido estudiada por Chiffoleau. En el segundo caso, tanto la asistencia a un determinado número de pobres el mismo día del óbito, como la descomunal obra del Hospital, se podrían enmarcan plenamente en el sentido que tenía la caridad medieval. Como ha señalado Luis Martínez García al estudiar el fenómeno asistencial burgalés, se trata de una caridad que primaba la proyección social del benefactor sobre cualquier otra consideración de solidaridad o de alivio del sufrimiento hacia los semejantes. Quizá sólo se entiende debidamente el proyecto del Hospital General si se contempla como una muestra fehaciente de la espléndida posición de su fundador. En este sentido resultan evidentes sus similitudes con El Escorial levantado por Felipe II. Tal y como señala Falah Hassan Abed Al-Hussein, hay que considerar que la obra del Hospital General que S. Ruiz emprende suponía, en buena medida, el "deseo de perpetuar una fortuna brillante, mantenida más allá de la muerte de su gestor".

Por último, y enlazando con este último aspecto, aunque en otro sentido, hay que considerar otra cuestión planteada extensamente por Simón Ruiz en su testamento. Nos referimos a la continuidad familiar y a la consolidación y afianzamiento de la posición lograda por su linaje. Con este fin crea dos mayorazgos ricamente dotados. Pero en las disposiciones que establece al respecto, de nuevo puede apreciarse la paradoja que le sitúa a medio camino entre el mundo todavía medieval y el ya plenamente moderno. Por un lado, destaca su empeño en consolidar y mantener el ascenso social que su acceso a la hidalguía había supuesto. En ello se deja ver el carácter inmovilista de la sociedad medieval, con una rígida división entre estamentos que sólo algunos logran rebasar mediante la riqueza económica y el acceso a los cargos políticos, tal y como ha puesto de manifiesto Mª Isabel del Val Valdivieso en alguno de sus más recientes trabajos sobre la sociedad de Medina del Campo. De otro lado, y más acorde con la mentalidad moderna, destaca el deseo de perpetuar su memoria, y de proyectar su figura sobre los tiempos venideros. Para ello dispone que quienes ocupen su primer mayorazgo "...se llamen por sobrenombre y apellido Ruyz Envito, primero que otro apellido y sobrenombre, y assi firmen todas sus cartas y escrituras y letreros de paredes y reposteros, y otras cualquier cosas en que se pongan sus nombres, y traigan mis armas sin mezcla de otras armas algunas...".

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19-09-04 - LA FERIA DE MEDINA DEL CAMPO Y ZAFRA TENÍAN BASTANTE RELACIÓN EN EL SIGLO XVI

Las ferias de Medina del Campo y Zafra tenían bastante relación en la segunda mitad del siglo XVI con lienzos y textiles. Así lo manifestó el director de Museo de las Ferias de Medina del Campo, Antonio Sánchez del Barrio en la inauguración de la exposición 'Estampas de ferias y mercados (siglos XVIII-XX)'.

Muchos lenceros procedentes de Zafra iban a las ferias Medina del Campo y otros instalados en Medina acudían a la Feria de San Miguel para realizar sus intercambios de manufacturas textiles en el siglo XVI. Destacó además, que en el siglo XIX las ferias de Medinas son agropecuarias y en Zafra ganaderas y los de Medina del Campotenían relación para realizar operaciones con ganaderos en esta ciudad.

Antonio Sánchez, destacó que la exposición de "Estampas de Ferias y Mercados (siglos XVIII-XX) organizada con motivo del Congreso Internacional 550 Feria de San Miguel de Zafra y se quiere llamar la importancia que han tenido estas reuniones comerciales, autentico eslabón entre las grandes ferias de tipos medievales y modernas, etcétera.

En la muestra hay en total medio centenar de grabados, aunque en la colección son 300 y las exposiciones se adecuan a las características de la sala y algunos son de un mismo marco y destacó uno de la Feria de Sevilla y otros de Madrid que se pueden contemplar que son de una gran calidad. La exposición contiene una parte de los fondos que tienen en el museo dedicado a las ferias en Medina del Campoy reune grabados de mercados callejeros, propias ferias y villas. La muestra estará abierta hasta el 7 de octubre en el Centro Cultural Santa Marina de Caja Badajoz en horario de 12 a 14 y 19 a 21 horas.

Más información al respecto... De las Ferias medievales a las ferias de cambios del siglo XVI .De las Ferias  Medievales

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06-01-10 - Las antiquas ferias de Medina del Campo; investigation historica acerca de ellas.

Fuente: INVESTIGACIÓN HISTÓRICA ACERCA DE ELLAS

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09-02-10 - LAS ANTIGUAS FERIAS DE MEDINA DEL CAMPO

Las antiguas Ferias de Medina del Campo. (documento pdf

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03-10-10 - El Archivo Provincial restaura y cataloga legajos de 187 pueblos que se remontan a 1250

Las ferias y mercados y las fiestas taurinas son las señas de identidad del patrimonio documental de los ayuntamientos vallisoletanos - TERESA LAPUERTA | VALLADOLID.

Legado
En el año 1287 Sancho IV confirma un privilegio de Fernando III otorgando el fuero a Torrelobatón. En el documento conviven el latín y el castellano.
En el año 1287 Sancho IV confirma un privilegio de Fernando III otorgando el fuero a Torrelobatón. En el documento conviven el latín y el castellano.

Sevilla, 10 de octubre de 1250. Fernando III, por la gracia de Dios rey de Castilla y de Toledo, de León y de Galicia, de Sevilla y de Córdoba, de Murcia y de Jaén, otorga al concejo de Villalón de Campos la celebración del mercado un día a la semana todos los sábados, «con sus fueros y sus derechos». Además, el rey advierte firmemente en el castellano antiguo del escrito que «ninguno sea osado en embargar ese mercado» y que aquel que contravenga la prerrogativa «peche con trescientos maravedíes». La carta plomada que recoge la confirmación que El Santo hace del privilegio concedido por su abuelo al municipio villalonés es el documento municipal más antiguo que se conserva en la provincia y, en la actualidad, se encuentra custodiado en el archivo del pueblo.

Varios son los testimonios escritos sobre concesiones o renovaciones de privilegios reales -actas solemnes para las que se utilizó el pergamino hasta el reinado de Carlos III- que atesoran los pueblos vallisoletanos y que, gracias a la labor del Archivo Provincial ya están localizados, catalogados y, en muchos casos, restaurados por los alumnos de sus talleres. Se trata de auténticas joyas que dan testimonio de la historia de 187 municipios (el 98,2% de la población de la provincia) y que en los últimos años han sido archivadas por este servicio de la Diputación, uno de los más avanzados y completos de España.

Una treintena de años después de confirmado el privilegio villalonés, Sancho IV hacía lo propio con el fuero otorgado por El Santo a Torrelobatón. La concesión real se recogió en un pergamino de 1287 en el que conviven el latín y el castellano, una peculiaridad que lo hace único, como única es también la prebenda de Felipe II a Villavicencio de los Caballeros. En este caso, el texto confirma el privilegio por el que en el año 1030 la Abadía de Sahagún concedió el fuero al municipio, el primer Fuero de León otorgado a una villa de jurisdicción señorial y no de realengo.

Pero el valor de los documentos recapitulados de forma titubeante desde 1990 e ininterrumpida desde 1993- alrededor de seis mil metros lineales recogidos en cincuenta mil cajas- no solo reside en su antigüedad porque, tal y como explica el jefe del servicio, Carlos Alcalde, «todos ellos son muy importantes desde el punto de vista histórico. Las actas dan fe de las decisiones políticas que se adoptaron y las cuentas, de si éstas llegaron a hacerse realidad. También son muy habituales los documentos relativos a las deslindes de terrenos, con problemas que han llegado hasta nuestros días».

En lo que a patrimonio histórico documental se refiere, las actas y las cuentas son los legajos más habituales de los conservados en los pueblos vallisoletanos y, de entre ellas, destacan las de Villalón, cuyo Libro de Acuerdos del Concejo (1421-1464) no solo es el más antiguo de la provincia sino que, además, han tenido continuidad, ya que el Ayuntamiento conserva los documentación sobre las decisiones de sus políticos municipales prácticamente sin lagunas hasta nuestros días.

la villa terracampina custodia otra de las curiosidades documentales halladas por los archiveros provinciales: la Ordenanza de Gremios de 1434, en la que se regula desde la organización de cada uno de los oficios, hasta las calles en las que debían situarse los comerciantes durante las ferias o las sanciones relacionadas con el mal uso de las pesas o medidas

Los mejores, en el norte

«Los documentos mejor conservados se encuentran en el norte, aunque a veces no sabemos por qué desaparecen algunos y se mantienen otros, puede ser por descuido, por incendios.... También te encuentras con casos que no te esperas como la riqueza patrimonial que atesoraban pueblos como Cubillas o Santibáñez de Valcorba», explica el archivero, quien añade que la circular de 1943 en la que el Ministerio de Gobernación alertaba sobre la escasez de papel y la necesidad de entregar todos los impresos viejos para el reciclaje ha hecho mucho daño a este patrimonio histórico. Casos más específicos son, por ejemplo los relativos a Olmedo, que carece de documentación anterior a 1800, o a Medina del Campo, cuyo archivo se quemó en 1521, durante el asedio de las tropas imperiales.

Pero si algo singulariza la documentación histórica que conserva la provincia son las fiestas de los toros y las ferias. Tal y como apunta Alcalde, los legajos relativos a las ferias y mercados del triángulo formado por Medina de Rioseco, Villalón y Medina del Campo son, junto a la de Burgos, los más ricos de España; «no en vano, Medina del Campo era para Castilla en el siglo XV lo que Nueva York en la edad moderna. Era allí donde se decidía el precio de las cosas».

En cuanto a los toros, las investigaciones del Archivo Provincial han hecho posible documentar la celebración de encierros en la provincia desde el siglo XV, aunque la tradición o juego de toros se remonte al siglo VII (Julio Caro Baroja la cita en una carta del rey godo Sisebuto). Portillo, por ejemplo, tiene acreditadas fiestas taurinas en las Cuentas de Propios de 1471, si bien la palabra 'encierro' no está documentada en el municipio hasta 1536. También se refiere a la fiesta la ordenanza de la Comunidad de Villa y Tierra de Cuéllar de 1499, hallada en el archivo de Santibáñez de Valcorba, un valioso 'protoincunable' recuperado asimismo por el servicio vallisoletano.

En estos días en los que tanto se habla de la tradición taurina española, Cuéllar se convierte en un referente fundamental, ya que en el Archivo Parroquial de la villa segoviana se conserva el primer legajo histórico que atestigua la celebración de encierros en la piel de toro: una sentencia arbitral del sínodo de la Diócesis de Segovia, de 1215, en la que se prohíbe textualmente a los clérigos que «jueguen a dados, ni acudan a juegos de toros».

A lo largo de estos años el Archivo Provincial ha organizado en los pueblos 83 exposiciones para mostrar los hallazgos históricos y acercar de forma didáctica a los vecinos la riqueza documental que atesoran sus ayuntamientos, unas muestras locales que, en ocasiones, se han complementado también con exposiciones temáticas elaboradas gracias a los legajos catalogados en varios municipios.

Depósito sin seguridad

Aunque el objetivo de la Diputación es que los ayuntamientos custodien sus propios archivos, desde principios de este mismo año se les da también la posibilidad de custodiar su documentación más singular en las propias instalaciones del Archivo Provincial, ubicado en la calle Doctor Villacián. La oferta se dirige a aquellos ayuntamientos que cuentan con patrimonio histórico anterior a 1800 pero no disponen de los medios de seguridad adecuados (alarmas conectadas, vigilancia...), a los que les recomienda que los depositen indefinidamente para su conservación o difusión, aunque conserven la titularidad de los mismos.

«La recuperación del patrimonio histórico documental es una labor secundaria del Archivo Provincial, nuestra principal misión y lo que nos diferencia de lo que se hace en otras provincias es la de facilitar a los ayuntamientos las herramientas necesarias para que tengan su documentación actual en orden, para que sepan dónde buscarla y cómo acceder a ella». Alcalde explica que, para ello, el servicio de la institución provincial ha distribuido los ayuntamientos en cuatro grandes grupos, según su volumen de trabajo administrativo, para realizar una labor de mantenimiento de su producción con carácter anual, bianual, trianual o quinquenal.

El responsable del archivo matiza, además, que hasta la fecha la documentación que se selecciona para los diferentes archivos es la original, aunque es inminente que la compulsa electrónica permita dar también un valor a las copias de los escritos actuales. En cualquier caso -añade- en las actualizaciones se va seleccionando lo que se digitaliza, porque hay un 60% de la información que generan los ayuntamientos que está duplicada y se podría destruirá».

El Archivo Provincial, inaugurado en abril del pasado año, se encuentra ahora al 40% de su capacidad, si se exceptúan los 3.000 metros lineales de documentación que la Audiencia Provincial ha depositado allí temporalmente a la espera de habilitar su propio centro de documentación. Las transferencias regulares de documentos de nueva producción representan un incremento de 40 a 45 metros lineales anuales por lo que se necesitarían 150 años para agotar su capacidad.

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11-12-10 - 1596: La feria de Medina del Campo y la bancarrota del Estado. - Pedro García Luaces

El 11 de diciembre de 1596 la feria de octubre de Medina del Campo se prolongaba un mes, hasta el 9 de enero del año siguiente. Felipe II acababa de declarar la bancarrota del Estado y deseaba dilatar uno de los principales motores económicos de su reino.

Medina del Campo antiguo

En efecto, las ferias regionales habían adquirido durante el siglo XVI un prestigio que traspasaba fronteras y atraía a comerciantes de todos los puntos de Europa. Aun siendo instituciones típicamente medievales, ferias como las de Medina del Campo, Rioseco o Villalón eran parada obligada del comercio internacional. Con el tiempo, las ferias regionales habían terminado por especializarse, distribuyéndose a lo largo del año según la temporada: cereales, vino, grano, ganado, tejidos...

La feria de Medina del Campo databa del siglo xiv y se había convertido en la institución clave en el comercio de Castilla con sus vecinos de la Cornisa Cantábrica. Villalón y Rioseco surgieron en competencia con ésta, impulsadas por sus respectivos señores feudales, los Pimentel, condes de Benavente, y los Enríquez, almirantes de Castilla. Señores que, por cierto, obtenían pingües beneficios con la organización.

La feria de Medina del Campo celebraba dos sesiones anuales, una en mayo y otra en octubre, de aproximadamente un mes de duración. El eje de su negocio lo constituían las relaciones entre comerciantes vascos y castellanos, a menudo intercambiando hierro por lanas y otras artesanías propias del interior. Los portugueses traían especiería y otras singularidades de ultramar, los comerciantes flamencos lienzos y paños, como también los llevaban aragoneses y catalanes, mientras que los valencianos acudían con sedas o productos de huerta.

En torno a este fecundo comercio surgió también una casta de banqueros, que ofrecían letras de cambio o seguros marítimos para las mercancías que viajaban a ultramar. El problema llegaba cuando el Gobierno intervenía las ferias para aliviar sus escaldadas arcas públicas y los comerciantes comenzaban a rechazar las letras que firmaban por considerarlas poco fiables. A medida que se normalizó y diversificó el comercio de las Indias, las ferias del interior fueron perdiendo fuerza y Sevilla se erigió en el gran eje del comercio peninsular.

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08-11-11 - Refinería de Salina Criz y Central dre Abastos de Oaxaca, donde realmente se genera riqueza. Por e-oaxaca.mx

Oaxaca es uno de los estados donde la pobreza y la falta de educación crean un ambiente cerrado, indómito,que para muchos, resultan ser las causas por las que difícilmente se podrá tener un crecimiento, tanto económico, como de igualdad.

En Oaxaca sólo hay dos lugares donde verdaderamente se genera riqueza. El primer lugar es la refinería “Antonio Dovalí Jaime” de Salina Cruz, y la otra es la Central de Abasto de la Ciudad de Oaxaca.

La Central de Abasto es el lugar donde conviven todo tipo de personas: comerciantes, vendedores ambulantes, cargadores, músicos, prostitutas, merolicos, pepenadores, principalmente personas de todas las regiones de nuestro estado. Muchas de estas personas vienen de lugares tan alejados, qué regresar sin un peso en la bolsa a casa, es arruinar la economía de su comunidad.

La Central de Abasto es el motor económico de nuestra ciudad, son los que desde antes que salga el Sol, ya están generando dinero y beneficios. No hay días de descanso, puentes, ni vacaciones. Trabajan los 365 días del año. Si les va bien, cierran el negocio el viernes santo a lo mucho.

Siempre se habla de violencia, de ladrones, de negocios ilícitos, de frutas y legumbres. Aunque en realidad hablamos de la economía de todos los oaxaqueños.

Por eso, resulta interesante aportar algo del trabajo artístico para los que trabajan ahí, que no pueden dejar el puesto, que trabajan desde temprano hasta altas horas de la noche, en fin.

Desde los orígenes, los mercados han sido la fuente principal de riqueza de una sociedad. En nuestra historia, el gran mercado de Tlatelolco, descrito por Bernal Díaz del Castillo en su “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España” nos maravilla y nos sorprende con las similitudes:

Cuando llegamos a la gran plaza, como no habíamos visto tal cosa, quedamos admirados de la multitud de gente y mercaderías que en él había y del gran concierto y regimiento que en todo tenían. Los principales que iban con nosotros nos lo iban mostrando. Cada género de mercaderías estaban por sí, y tenían situados y señalados sus asientos. Comencemos por los mercaderes de oro y plata y piedras ricas, plumas y mantas y cosas labradas, y otras mercaderías de indios esclavos y esclavas. Traían tantos de ellos a vender a aquella plaza como traen los portugueses los negros de Guinea, y traíanlos atados en unas varas largas con colleras a los pescuezos, porque no se les huyesen, y otros dejaban sueltos.

Luego estaba otros mercaderes que vendían ropa más basta y algodón y cosas de hilo torcido, y cacahuateros que vendían cacao, y de esta manera estaban cuantos géneros de mercaderías hay en toda la Nueva España, puesto por su concierto, de la manera que hay en mi tierra, que es Medina del Campo, donde se hacen las ferias, que en cada calle están sus mercaderías por sí. Así estaban en esta gran plaza, y los que vendían mantas de henequén y sogas y cotaras, que son los zapatos que calzan y hacen del mismo árbol, y raíces muy dulces cocidas, y otras rebusterías, que sacan del mismo árbol, todo estaba en una parte de la plaza; y cueros de tigres, de leones y de nutrias, y de adives y venados y de otras alimañas y tejones y gatos monteses, de ellos adobados y otros sin adobar, estaban en otra parte, y otros géneros de cosas y mercaderías.[…]

¿Para qué gasto yo tantas palabras de lo que vendían en aquella gran plaza? Porque es para no acabar tan presto de contar por menudo todas las cosas[…]

Con el tiempo, los mercados en México, han cambiado de alguna manera, han afrontado los embates del capitalismo desmedido y la globalización. Que lo único que hace es ir eliminando identidades de los pueblos. Ya que actualmente, todo es igual; cambian los materiales, pero los carritos de supermercado son iguales en todas partes del mundo.

En México, principalmente en Oaxaca, asistir a los mercados es un deleite de sentidos: hueles, ves, pruebas, tocas y oyes infinidad de sonidos que te arrastran en un sinfín de imágenes e ideas, además de recuerdos. Caminas por los pasillos y crees que el mundo se detiene en el color de una fruta o en el aroma de un delicioso guiso.

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