Cofradía 
          de la Vera Cruz
        El inicio de la andadura de 
          la Cofradía de la Vera Cruz al amparo del convento de 
          Medina del Campo, según hemos tenido oportunidad de comprobar, 
          supone una dependencia especial del propio ámbito del 
          templo conventual, donde la cofradía dispuso en origen 
          de su propia capilla. La importancia adquirida por la institución 
          iba a favorecer la construcción de su propio templo en 
          1588, independiente del convento dominico de San 
            Andrés, que desgraciadamente no ha llegado hasta 
              nosotros. Sabemos que en 1624 el entallador Francisco de Palenzuela 
              contrata la realización de las puertas "para 
                la principal de la capilla de la dicha cofradía al modelo 
                de las de la iglesa de los descalços de la dicha villa..." 
              (AHPV, leg. nº 5934m 1624, fol. 205). , se traslada
        En 1634 la parroquia de Santa 
          María del Castillo, se traslada desde su emplazamiento 
            original, a causa del mal estado de la fábrica de su 
            templo, para instalarse en la iglesia de la Vera 
              Cruz, con seguridad remozado por entero su construcción, 
                donde va a permanecer hasta 1885 [
].  La cofradía seguiría 
                  teniendo allí sus funciones, donde se guardaban sus pasos 
                  procesionales y otros bienes patrimoniales.
        La destrucción de la 
          iglesia en nuestro mismo siglo, entre 1961 y 1962, y la dispersión 
          de sus bienes muebles, hicieron que muchos de los objetos que 
          formaban su identidad se destruyeran. Otros han ido a parar 
          a los lugares más diversos, fragmentando de este modo 
          una rica memoria histórica que hoy queremos aquí 
          recuperar, independientemente de los derechos de propiedad que 
          en tiempos tuvieron parroquia y cofradía, las dos instituciones 
          que allí convivieron durante siglos.
        El derribo del edificio privó 
          a Medina de una de sus más singulares construcciones. 
          La fachada, realizada en ladrillo, ha sido valorada por Urrea 
          como "interesantísimo ejemplar de arquitectura manierista 
          siguiendo modelos muy herrerianos", relacionando su ejecución 
          con el arquitecto Francisco de Praves [
].
        Alguna antigua fotografía 
          y el recuerdo físico del lugar en que se levantaba el 
          templo, son lo único que queda del edificio que albergó 
          la cofradía. La escueta descripción que hiciera 
          Gerardo Moraleja, en la introducción al inventario autógrafo 
          que redacta en 1911 [
], 
            nos acerca a su concepción:
        "Esta iglesia se halla 
          situada en el ángulo formado por las calles de la Plata 
          (hoy Bernal Díaz del Castillo) y de San Martín, 
          teniendo la puerta en la primera que también se denomina 
          Plaza del Pan o de la Cruz. Fue parroquia hasta el último 
          arreglo hecho en mil ochocientos ochenta y cinco, desde cuya 
          fecha quedó como ayuda de esta parroquia de San 
            Antolín.
        Tiene un pequeño 
          atrio separado de la plazuela por una verja de hierro con puerta 
          correspondiente. Consta de una sola nave con cuatro capillas 
          laterales, más el bautisterio y la subida al coro y a 
          la torre que se hallan a ambos lados del cancel.
        En la pared lateral del 
          Evangelio se encuentra la puerta que da paso a la sacristía 
          y en la opuesta otra que comunica con una sala sobre la que 
          existe otra pieza en la que se guardan las andas, cruces, etc., 
          etc."
        Siguiendo el guión de 
          ese inventario intentaremos reconstruir el contenido mueble 
          del templo, retablos, imágenes, platería o reliquias, 
          y su dispersión por los diversos templos de la villa.
        La sacristía es la primera 
          de las estancias descritas y de su mobiliario solo podemos identificar 
          la cajonería de nogal, que hoy se conserva en la Colegiata 
            de San Antolín. Tiene tres cuerpos centrales con 
              tres cajones cada uno y dos cuerpos en los extremos cerrados 
              con puertas. Las cerraduras tienen labores de talla con águilas 
              bicéfalas coronadas y otra serie de ornamentos muy empleados 
              en el siglo XVIII.
        También puede proceder 
          de aquí una pequeña tabla con el Martirio de San 
          Esteban que por las medidas pudo ser incorporada en la Colegiata 
          un retablo de la Misa de San Gregorio, tras el robo de alguna 
          de sus pinturas originales [
].   Nada hemos podido saber 
            del paradero del Altar Mayor, que Gerardo Moraleja documentó 
            como obra realizada en 1793 por el ensamblador Ramón 
            Quinzaños, y dorada por Anastasio Chicote, siguiendo 
            el diseño del canónigo de la Colegiata Julián 
            de Ayllón [
]. El retablo tenía un relieve en el ático de la 
              Asunción de la Virgen, del escultor madrileño 
              Julián de San Martín y un cuerpo bajo con espacio 
              para un crucifijo "de buena talla, mucho más 
                antigua", que sería la imagen titular de la 
              cofradía.
        Sí se ha podido identificar 
          alguno de los relicarios que hoy se encuentran en la sacristía 
          del templo colegial, 
          que en este momento se encontraban en el altar mayor de la iglesia 
          de la Cruz. 
          Especialmente interesante es uno de ellos, metálico del 
          siglo XVII que, con forma de pirámide con sus ángulos 
          rematados en pequeños rayos alternos[
] , lisos y flameados, 
            guarda un presunto resto de la túnica de San Vicente 
            Ferrer. La señalada vinculación del santo con 
            la cofradía convierte al objeto en una muestra del culto 
            que se le hubo de dar en la villa al santo predicador, a partir 
            de las reliquias como uno de los eficaces instrumentos contrarreformistas.
        Uno de los libros de cuentas 
          de fábrica de la parroquia de Santa 
            María del Castillo proporciona algunos datos sobre 
          el encargo del retablo de la Purísima concepción, 
          la siguiente obra de Moraleja menciona en su inventario y que 
          se dispondría en el interior de una capilla lateral. 
          El origen de la ejecución del retablo estuvo en la entrada 
          de la parroquia en 1770 [
], 
          de una talla de la Inmaculada procedente del Colegio de Jesuitas, 
          que en aquel momento habían sido 
            expulsados del país.
        El dorador Manuel García 
          repara la imagen y dora su peana por 720 reales y en el mismo 
          año de 1770 realiza en retablo el vallisoletano Antonio 
          Bahamonde. Tres santos se dispondrían en otras tantas 
          hornacinas del conjunto, San José, Santiago matamoros, 
          que no se estofa hasta 1784, y San Ramón Nonato, ofrecido 
          éste de un devoto y ejecutado por el maestro por 220 
          reales [
].
        Actualmente se conserva por 
          fortuna este conjunto rococó en la capilla de San 
            Roque donde, a excepción de la Inmaculada, sustituida 
          por el santo titular, se mantienen las esculturas encargadas 
          a Bahamonte, discretas en su ejecución y de pequeño 
          tamaño, como corresponde al estilo del maestro que perfilara 
          el profesor Parrado del Olmo [
].
        Frente al altar se hallaba 
          el bulto orante de Don 
            Diego de Polanco. La única de las obras que Ponz 
          menciona a la hora de hablar de Santa 
            María del Castillo y se encuentra hoy fragmentada 
          y a la intemperie en las inmediaciones de Medina, donde fue 
          a parar después del derribo [
]. 
          Sin embargo, el patronazgo de los Polanco dejó otro testimonio 
          en la lámpara del Santísimo que ahora se dispone 
          en la capilla mayor de la Colegiata, fechada en 1668 y donación de la fundadora de la capellanía 
            Doña Ángela Polanco.
        
        Una obra más se hallaba 
          en este ámbito en este ámbito que ha llegado hasta nuestros 
          días. Nos referimos a la imagen procesional de Jesús 
          Nazareno, una escultura de la segunda mitad del siglo XVIII, 
          de vestir y de mediana calidad artística, de metro y 
          medio de altura, que actualmente se encuentra al culto en la 
          parroquia del Campillo, villa próxima a Medina. La mención 
          además de la existencia de un perdido Cristo flagelado, 
          permite reconstruir parte del disperso acervo procesional de 
          esta cofradía.
        Pero el lugar por excelencia 
          del culto de la Vera Cruz, dentro de la nave del templo habría 
          de ser el Altar del Santo Sepulcro, donde se exponía 
          el Cristo yacente de la hermandad [
], 
          que hoy se guarda en la clausura del convento de las Dominicas 
            Reales de la villa y otra serie de piezas singulares para 
          la historia de la institución.
        Además de una urna con 
          el Cristo yacente, menciona una imagen perdida de bastidor de 
          San Vicente Ferrer, vínculo de la cofradía con 
          sus remotos orígenes, y una Cruz relicario de plata, 
          hoy en la sacristía de la Colegiata. La obra, realizada 
          a finales del siglo XVII siguiendo el modelo de la que poseía 
          la Vera Cruz de Valladolid [
], 
          tenía unas andas con baldaquino, doradas, que servirían 
          para procesionarla en las fiestas de la Cofradía como 
          una de las principales insignias, durante la celebración 
          de la Cruz en Mayo y en Septiembre [
]. 
          El lignum crucis aparece en el espacio central, mientras que 
          a lo largo de los brazos bajo cubierta de cristal se disponen 
          diferentes reliquias por ambas caras, que enriquecerían 
          su valor piadoso y cultural.
        Ninguna noticia tenemos sobre 
          el retablo de San José que,no hubo de tener demasiado 
          tamaño a juzgar por la descripción de Moraleja. 
          La imagen del titular tiene que ser la realizada por Antonio 
          Bahamonde para el retablo de la Inmaculada, tal y como permiten 
          comprobar estilo y proporciones de la escultura, hoy en la ermita 
            de San Roque.
        A la derecha del altar se señala 
          una imagen de Nuestra 
            Señora de las Angustias que no es otra que la conocida 
          Piedad de Juan de Juni, hoy en la capilla del Pópulo 
          en la Colegiata. 
          Este magnífico altorrelieve, sin duda una obra de retablo, 
          ha venido considerándose como el único resto del 
          conjunto existente en el oratorio de la finca de recreo denominada Casablanca, que l familia Dueñas 
          construyó en el siglo XVI en las afueras de Medina. Un 
          accidentado periplo vendría a dar con ella a la iglesia 
          desde donde pasará definitivamente al templo mayor [
].
        La imagen titular del altar 
          de San Rafael, también se ha conservado y pensamos que 
          se puede identificar con lo que se dispone en una hornacina 
          lateral del retablo de la Inmaculada que, procedente de la iglesia 
            de los santos Facundo y Primitivo, se guarda en la Colegiata. 
          Se trata de la escultura que, en 1986, se viene atribuyendo 
          con justicia al escultor de Nava del Rey, Luis Salvador Carmona, 
          y que se ha fechado en torno a 1757 [
].
        El retablo, ejecutado a imitación 
          del dedicado a la Inmaculada, fue el que se realizó en 
          1777 el "maestro ensamblador y tallista" Mateo 
          Núñez, vecino de Medina, dorado en la misma fecha 
          de 1786 por el mismo dorador Manuel García, siguiendo 
          expresamente el modelo de los colaterales que se encuentran 
          en la iglesia del convento agustino de la Magdalena [
].
        En esta capilla se encontraban 
          las esculturas de la Oración 
            en el hurto y que hoy se procesionan, y una imagen del bastidor 
          de la Virgen que tal vez fuera una Soledad, la iconografía 
          mariana del tiempo de Pasión con más éxito, 
          que hubieron de tener las tres cofradías penitenciales 
          de Medina.
        Los apartados finales dedicados 
          por Gerardo Moraleja a la 
          iglesia se refieren al coro, donde se consigna un órgano 
          en regular estado que documentamos como obra de Isidro Gil en 
          1773 [
], 
            y a una sala donde se almacenan andas, cruces frontales de altar 
            y algunas imágenes talladas que difícilmente podrán 
            identificarse. Sí tenemos noticias del paradero de las 
            campanas, "una grande, dos regulares y una pascualeja", 
            mencionadas al hablar de la torre, que hoy se encuentran en 
            la iglesia parroquial de Viloria del Henar [
].
        Una importante colección 
          de platería perteneció al tesoro de este templo 
          aunque en 1911, cuando redactara Moraleja el inventario, ya no s encontraría entre sus efectos. 
          La dependencia de la Colegiata 
            de San Antolín desde 1885 favoreció el traslado 
              de todo el adorno festivo el altar mayor, realizado en 1790, 
              sobre sobre el que el mismo Moraleja aportó una primera noticia documental sin percatarse 
                de su pertenencia entre las alhajas de la Colegiata [
].
        Las cuentas señalan 
          los pagos por el juego de seis candelabros, una cruz del altar 
          y cuatro ramilletes de plata al platero vallisoletano Gregorio 
          Izquierdo en 1790 [
], 
            el que fuera académico de la Purísima Concepción, 
            nuestro platero de la catedral desde 1787 a 1801, y una de las 
            figuras más importantes de la platería de Valladolid 
            en el siglo XVIII [
].
        El inventario de los efectos 
          de la iglesia, de 1791, que aparece al final del citado libro 
          de cuentas permite la identificación del conjunto "seis 
            candelabros de plata grandes nuebos de tres pies y con medallas 
            de bronce que figuran un castillo. Una cruz grande de plata 
            nueba compañera de los candelabros del mismo pie, ynsignias 
            y un crucificado de bronce dorado. Quatro ramilletes con pies 
            calados de plata de chapa nuebos, asidos en tablas pintadas 
            de porcelana, compañeras de los candelabros y la cruz, 
            que todo sirbe para adornar el altar mayor en las funziones 
            clásicas" [
]. 
          La mención expresa al emblema heráldico de la 
          parroquia, una pequeña torre, en las piezas, se hace 
          extensivo a un juego de sacras, también hoy en la Colegiata, 
          que sin duda han de corresponder al mismo artífice como 
          ya intuyera Moraleja [
].